Dante Bobadilla

La corrupción y sus corruptos

La corrupción es ya una marca nacional

La corrupción y sus corruptos
Dante Bobadilla
24 de abril del 2019

 

Podría creer en fantasmas, pero si hay una cosa en la que no creo definitivamente es en los luchadores anticorrupción. El solo hecho de que en este país se desate un escándalo de corrupción ya me parece sospechoso. Y es que si hay algo que representa una marca nacional es precisamente la corrupción. La historia de la República es, básicamente, una historia de corrupción. Y después puede ser lo que ustedes quieran.

Desde que tengo memoria he visto escándalos de corrupción política y un permanente desfile de indignados luchadores anticorrupción. Y siempre ha sido cuestión de tiempo y paciencia para ver a estos superhéroes metidos en sus propios lodazales de corrupción. Sobre todo si acumularon algo de poder, porque los escándalos solo se desatan cuando se trata del poder. La historia del Perú es una serie de corrupción que se repite completa cada cierto tiempo.

Acabo de ver a uno de los mayores luchadores anticorrupción predicando moral en una radio local. Se trata de Fernando Olivera, un personaje de circo que saltó a la escena política acusando a Alan García en su primer gobierno. Sin duda, Olivera le debe casi toda su fama a García. Fundó el Frente Moralizador, nada menos, y lo primero que hizo fue treparse al gobierno de Alejandro Toledo, negociando su apoyo político a cambio de una tajada de poder. Un gesto que presentó candorosamente como un sacrificio democrático en defensa de la gobernabilidad.

Desde luego que Alejandro Toledo fue también en su momento la encarnación de la lucha contra la corrupción y el símbolo de la redención moral republicana. La dupla Toledo-Olivera jugaba como Romario y Bebeto cuando se trataba de sortear defensas y limpiar de obstáculos los contratos con Odebrecht, mientras PPK se dedicaba a la magia financiera. Lo que no logro entender es por qué este señor Olivera sigue paseándose tan campante, predicando moral. Debe ser porque es un don nadie y se ganó la simpatía del progresismo al armarle un pleito de callejón a Alan García, en un debate de candidatos presidenciales.

Los sectores más desprestigiados tienen que ser el progresismo y la caviarada, que llevaron al poder a Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Susana Villarán, para no hablar de PPK. En cada caso, el progresismo en pleno enarboló las banderas de la moral y la lucha anticorrupción, lavaron banderas, tejieron chalinas, hicieron marchas luciendo las manitos limpias, mientras señalaban al fujimorismo como el peor de los males. Y todo para terminar embarrados en el lodazal de su nueva corrupción.

Pero lo increíble es que, después de sus embarradas, el progresismo siempre se las arregla para lavarse las manos y seguir posando como defensores de la moral y luchadores anticorrupción, con el mayor descaro y cinismo. Por su lado, los caviares no solo nos dicen por quién votar en resguardo de la moral, sino que incluso sirven como asesores y ministros a los gobiernos que luego terminan hundidos en corrupción. Pero allí siguen los caviares dando lecciones de moral en sus oenegés, y publicando cartas de condena con firmas de notables.

Por supuesto que tampoco me compro el cuento de los fiscales Vela y Pérez, convertidos ya en superhéroes por las masas histéricas y la prensa corrupta y mediocre. Su actuación gira sobre el tabladillo de la sospecha, desde que parecen seguir el guión elaborado por IDL. De hecho, su poder no emana de su cargo ni de su institución, sino de sus cercanías a la mafia caviar. Le deben su continuidad al frente del caso Lava Jato a la presión de esta mafia, expresada a través del activismo de las oenegés, las portadas y programas en los grandes medios de prensa, y hasta al apoyo inusitado del propio presidente Vizcarra, acicateado por sus asesores. Hay, pues, una curiosa y muy sospechosa estructura de poder extraoficial que mantiene a estos fiscales y defiende sus actos, pese a sus excentricidades, leguleyadas y sus letales excesos. Está muy claro que no son santos. Si me preguntan, diría que esta lucha anticorrupción —cruel, mediática y selectiva— empieza a oler a farsa, otra farsa tan corrupta como la que se pretende perseguir. Como dije, solo es cuestión de tiempo y paciencia para ver a estos luchadores anticorrupción bien embarrados.

 

Dante Bobadilla
24 de abril del 2019

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