Jorge Varela
La clase media como hecho social
Entre las aspiraciones legítimas y la autotraición
En las naciones latinoamericanas el rol e importancia de la denominada clase media es materia de numerosos estudios y análisis. Economistas, sociólogos, políticos, periodistas y comunicadores suelen referirse de manera insistente a este sector de la sociedad como pretexto para justificar la implementación de determinadas medidas públicas, como argumento para defender un punto de vista y hasta como excusa de sus largas peroratas, relatos y papers. No obstante, a la hora de precisar qué se entiende por clase media, de reseñar sus características o de señalar quienes la conforman, comienza el titubeo de los expertos e inexpertos.
Este segmento social, situado en el centro del espectro, consciente de su poderío oscilante y fatuo cual aguja negra que indica quién pesa más en la definición de políticas y acciones relativas al destino común, resulta determinante al momento de proclamar con sonrisas complacientes al ganador temporal de las contiendas, sin dejar de mirar con ojos seductores al vencido que podría ser mañana su próximo y querido amante. Pues bien, esta clase media no parece muy dispuesta a rehuir su rol autoasignado de ser el árbitro saqueador a perpetuidad de los conflictos sociales y políticos, mientras pretende continuar siendo ese colchón de dos plazas (dos caras), desvencijado y a mal traer, que oficia de alcahuete en el matrimonio mal avenido entre la burguesía ensoberbecida y el proletariado débil que agoniza. Humildad, discreción, fidelidad para colaborar en la tarea del bien común, es precisamente lo que menos tiene a la hora de actuar y de mediar.
A veces, claro, es aconsejable situarse en el medio, sentirse el relleno del emparedado, ser una persona de centro: no aquel simple individuo necio de derecha, ni tampoco ese borrego hastiado que marcha junto a la masa de izquierda. Pero todo, hasta la comodidad de lo ambiguo tiene su fecha de término.
No se deduzca de lo expuesto que en nuestro análisis subyace una interpretación perversa consustancial al pensamiento marxista. Como es sabido, para el marxismo la polarización entre ricos y pobres, el empobrecimiento de los sectores postergados y la desaparición de las clases medias, conforman la fórmula clave para que nazca y se consolide la sociedad comunista, ‘la sociedad homogénea’ (total) sin diferencias, en la que habría una sola clase universal: la de los proletarios que liberarían a la sociedad, conducidos por la vanguardia iluminada del partido (comunista). Un proceso en el que la tradicional clase media se convierte en estorbo inservible que es necesario eliminar, como corolario de la denominada ‘dialéctica de la miseria’ (El joven Karl Marx y la utopía comunista, de Mauricio Rojas).
En la actualidad, en plena sociedad industrial avanzada, se han originado y expandido nuevas clases medias desligadas de la producción de bienes. Un fenómeno que está cambiando el régimen social existente y que en su época no fue visible para Marx. Algunos estudiosos están escribiendo acerca del agotamiento y declive del régimen de clases, fenómeno que naturalmente la incluye (Francois Dubet, “¿El fin de la sociedad de clases?”, Nueva Sociedad Nº 292, marzo-abril de 2021). No solo en las grandes empresas, la relación social industrial ha mutado. Con la ‘uberización’ de las actividades han aparecido trabajadores autónomos, dependientes de la plataforma que les envía clientes, o de un único cliente. “¿Cómo situar a esos ‘independientes dependientes' en una estructura de clases?”, se pregunta Dubet.
La proyección de Dubet no se detiene, incluso bosqueja la perspectiva de que el sistema de clases estalle y abra espacio a más grupos, ninguno de los cuales puede definirse como una verdadera clase social. Según su visión, “a la dualidad de proletarios y capitalistas y a la tripartición de las clases en altas, medias y bajas, se han sumado nuevos grupos: los ejecutivos y los creativos, los cosmopolitas móviles y los locales inmóviles, los incluidos y los excluidos, los estables y los precarizados, los urbanos y los rurales, las clases populares y la underclass, etc.”. A estas dicotomías conviene agregar la distinción cada vez más predominante entre nacionales y migrantes. Por lo dicho y otras razones que no he abordado en esta ocasión, no habría que sorprenderse si la cuestionada clase media tradicional ha ingresado en una fase de disolución lenta e imperceptible.
En este último sentido hay asuntos conexos sobre los que debiéramos tener algún grado de conocimiento básico. Por ejemplo: ¿qué responsabilidad se puede imputar a los miembros nocivos de esta clase en el desenfreno materialista, en la prevalencia del consumo superfluo, en el deterioro del medio ambiente? ¿Qué culpas asumen en el declive de la democracia y en el acceso del populismo inepto a las esferas de poder? ¿Qué incidencia han tenido en sus comportamientos obscenos, en su relajo moral, en su falta de respeto por las normas, algunos personajes mediáticos nefastos que también forman parte de esa misma clase?
Si, ya sé, estoy siendo muy injusto en atribuirle exclusivamente a ella y a ellos todos los males de este mundo. Pero ni los ricos (felices y forrados) ni los pobres desprotegidos pueden alegar impunidad máxima; en particular los primeros, esos que no saben de carencias materiales. Pero es que esta clase voluble y arrogante se encandila demasiado rápido con las luces y se entusiasma con las volteretas de especímenes superficiales y faranduleros de su mismo origen, condición y ansiedad aspiracional, cuya primera razón de existir consiste en disfrutar la vida hasta el final y pasarla bien cada minuto.
No coincido en absoluto con quienes son partidarios de poner de rodillas a aquellos que tienen aspiraciones legítimas y reúnen los méritos para continuar subiendo peldaños por la escalera del crecimiento personal y del progreso humano. Pero ya me cansé de ser parte de esa clase media, como aún se la conoce, resumidero natural de los que no son pobres ni ricos. Me cansé de pertenecer a esta clase arribista, quejumbrosa, buena para el lloriqueo, que nunca se siente satisfecha y siempre pide más y más; pero solo recibe limosnas, subsidios, bonos, rastrojos y dádivas.
Hoy no quiero más. La verdadera clase que ansío, la de los puros, la de los incorruptibles, no existe en este planeta Tierra; y para acceder a ella no he hecho mérito suficiente ni cumplo con los requisitos exigidos. De manera que no tengo otra opción: soy de clase media media y tendré que seguir anclado a ella, a pesar de mis pesares.
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