Aldo Llanos
Introducción al Nuevo Orden Mundial (parte 2)
¿Cuál es la relación entre el NOM y el globalismo?
Por su propio significado, un (nuevo) orden mundial buscará organizar el mundo con la ayuda de una malla internacional de estructuras legales y económicas que sostengan el libre comercio y las finanzas entre todos los países. Así se logrará que las personas acepten culturalmente una determinada concepción del hombre funcional al Nuevo Orden Mundial (NOM).
Esta antropología estará destinada a ensalzar al Homo Economicus; es decir, a remarcar la idea de que la realización del hombre (felicidad) se alcanza en el acto económico del consumo. Con esto desaparece la gratuidad del horizonte y se enseñorea el utilitarismo: la medida de valor de los hombres está ahora dado por su poder de consumo. Pero esto solo es posible a través de un movimiento o corriente con la suficiente fuerza global como para instalarse transversalmente en las agendas políticas de todos los Estados y esto, es lo que llamamos “globalismo”.
Sea por estrategia o funcionalidad, este globalismo debe ser lo bastante flexible como para desarrollarse en medio de visiones contrapuestas. Como China, por ejemplo, donde coexisten comunismo y capitalismo. Por ello, pensar en un orden mundial ideal, entendido como la llegada a un punto omega escatológico o al final de la historia, al estilo Fukuyama, es muy improbable, aunque no falten quienes apuesten con todas sus fuerzas por ello.
¿Qué caracteriza a muchos Globalistas contemporáneos? Pues esto último. Consolidar un NOM monolítico en el que finalmente sean suprimidas las diferencias, educando socialmente a las nuevas generaciones para el consumismo, la uniformidad y el igualitarismo.
En el fondo es el deseo de poseer dinero y con ello el poder; aunque haya intelectuales partidarios de ideas globalistas que justifican tal adhesión por motivaciones supuestamente humanitarias. Por ejemplo, no asombra que filósofos como Hillary Greaves y William MacAskil,l del Global Priorities Institute de la Universidad de Oxford, sean mencionados por ejecutivos de algunas Big Tech para justificar sus planes a futuro. Dichos pensadores sostienen la corriente ética llamada “altruismo radical”, que consiste en que ante la dicotomía entre apostar nuestros recursos y esfuerzos económicos para aliviar a la gente más desfavorecida y, apostar por nuevas y mejores tecnologías, sería ético ir por lo segundo ya que con ello aseguraríamos la existencia humana en el largo plazo, bajo mejores condiciones (para consumir más y mejor, claro está).
En esto se develan muchos globalistas contemporáneos. La respuesta a la pregunta ¿y quién controlaría las nuevas y mejores tecnologías alcanzadas con dicha apuesta?, solo puede ser una: una minoritaria élite mundial que a su vez obtendría un mayor poder financiero con alcances supranacionales. ¿Quién podría contra ello?
(continuará)
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