Raúl Mendoza Cánepa
Igual va preso
Un cuento inspirado en la narrativa de Franz Kafka
Es definitivo, aquí concluye todo. Lee, huevón. “No seas cabrón, solo colabora con lo inevitable”, increpa el Chorizo. Hecho mierda, quemado, cuarteado, así llegas a tu celda. No sabes cómo llegaste allí. El fiscal y cinco policías te arrinconaron en tu sala. Como Josef K., fuiste detenido por una razón que desconoces. “Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo”.
Kafka sobre el tocador antes de partir. Peter Castro parece expectante y tenso. Te golpea con el puño una y otra vez, en el hígado, en el esternón, cada vez más arriba hasta llegar a tu boca. Desde aquel lugar se puede oír la lluvia roer sobre las piedras. Sudas sobre tu rostro ahora cetrino con el cabello apelmazado. Turbia humedad con olor a muerte y mugre. Quién te hubiera imaginado así.
La voz del Chorizo parece acercarse y luego alejarse. Un haz de luz se cuela entre las rendijas y cae sobre tus ojos. León te mira, siempre sentado sobre su silla, calmado, en silencio, con las piernas cruzadas y la barbilla apoyada en el mentón. Te enseña un látigo. Tiene el mango azul y cada uno de sus detalles te recuerda las correas barrocas de tu abuelo. Lo toma y, atento a las recomendaciones del califa, latiguea la tira de jebe sobre tu lomo. La carne crepita y más aún con la sal y el limón que Alexis frota sobre tus heridas. No se detienen sino hasta cuando caes sobre todo tu peso, casi sin fuerzas para morirte.
- ¿Por qué estoy aquí?
–Jódete, hijo de puta– responden con energía
Tomas un cigarro y lo prendes enseguida, luego, impelido por una extraña fuerza interior lo sueltas y lo apagas con la suela de tu zapato. Te inquietas, no puedes respirar, apenas un hilo de aire y un sorbo ralo, te ahogas. Tornas tus ojos hacia el amasijo rojizo sobre las losas y quieres vomitar.
Todo es húmedo. Te es difícil recostarte en ese trajinado colchón. “Hay, al lado, un preso sin sentencia, ya se olvidaron de él. Tiene treinta años aquí. Ni sabe de lo que se le acusa”. Los filamentos helados del viento se cuelan por las ventanas y lo invaden todo. Un foco rociado del vaho de la intemperie y repleto de telarañas apresa las madejas de luz que han dispuesto para él. “Josef K apenas prestaba atención a todas esas aclaraciones. Por ahora no le interesaba el derecho de disposición sobre sus bienes, consideraba más importante obtener claridad en lo referente a su situación”.
Debe ser una pesadilla, por esa razón el claroscuro predomina sobre los contornos nítidamente claros. Dos hombres con picos y palas llegan y levantan muros. Reemplazan el retrete por un hoyo de tierra. No comprendes esta nueva geometría. El patio es un círculo fijo, abominable.
Apenas exhalas el aire caliente y seco que quema en tus pulmones. Deseas escapar, tu única visión es la de unos hombres con gorros de lana, una cama, un tubo carcomido por el óxido, una ventana con barrotes con vista a un fragmento desolado del patio. Un filón muy frío circunda tu rostro rígido, inmóvil. La humareda del polvo lo invade todo.
–¿Por qué estoy acá? - preguntas.
La sangre hila una línea rojo claro sobre tu costado. “(…) seguro que son códigos legales y forman parte de este sistema judicial que condena no sólo a los inocentes, sino también a los que lo desconocen (…)”.
Te abandonaste anoche a la lectura de El Proceso, recuerdas un poco: “ ––¡Ah, ya! ––dijo K, y asintió––, los libros son códigos y es propio de este tipo de justicia que uno sea condenado no solo inocente, sino también ignorante”.
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