Hubris y Némesis

Me familiaricé con estos términos, hubris y némesis, al iniciar la universidad. El curso de “Grandes Libros” arrancaba con la Ilíada, texto que, contrariando la creencia popular, no narra la guerra de Troya, sino la furia de Aquiles, el guerrero más formidable de la Antigua Grecia. En la narrativa de la Ilíada, Aquiles está indignado porque Agamenón, rey de Micenas y líder de los ejércitos griegos, le ha quitado a la doncella Briseida. La furia de Aquiles desemboca en hubris cuando enterado de la muerte de Patroclo, su amigo y consejero, a manos de Héctor (hijo del rey Príamo y héroe troyano) desafía a este a combate y, luego de matarlo, amarra el cadáver a su carruaje, lo arrastra cual trofeo frente a la mirada estupefacta y dolida de los padres y la esposa de Héctor, y lleva el cuerpo de su adversario a su campamento. La escena de dolor en la que el padre se postra de hinojos ante el guerrero para pedir el rescate del cuerpo de su hijo es uno de los momentos más dramáticos de la obra e introduce el desenlace de la tragedia o némesis: el agente predestinado de la caída del soberbio que en el caso de Aquiles es Paris, quien le dispara la flecha en el talón, su único punto vulnerable, y lo mata.

Nombrado por Némesis, la diosa de la indignación, el vocablo hace referencia a la retribución por las acciones de maldad o el exceso de buena fortuna. Según la mitología griega, Némesis dirige los destinos humanos y se encarga de mantener el equilibrio entre los extremos de la felicidad o infelicidad. Es ella la madre de Helena, y muestra su disgusto por el comportamiento lascivo de su hija, quien abandonó a su esposo Menelao, dando rienda suelta a la guerra que finalmente acaba con la existencia de todos los protagonistas y la destrucción total de Troya.

Hubris y némesis han trascendido los siglos porque son conceptos referentes a la naturaleza humana. En su acepción moderna, hubris es la expresión del orgullo desmedido, de la soberbia, la arrogancia y la presunción. Es un término tan vasto y rico que abarca el egoísmo, la autosuficiencia, la pomposidad y el engreimiento. El sujeto afectado por hubris pierde contacto con la realidad y es propenso a sobreestimar su capacidad, logros o conocimientos. Los ejemplos abundan en la literatura y la vida real, e incluyen a personajes como Hitler, el tirano del averno; Lucifer, el ángel de luz que se rebela contra Dios; el Dr. Fausto, de Marlowe, que hace pacto con el diablo; y el mismo doctor Frankenstein, que pretende dar vida al nuevo Prometeo. Más terrenalmente, la política es una actividad que, por estar vinculada con el manejo del poder, atrae a los soberbios y ambiciosos, particularmente a quienes presumen de ser predestinados y consideran los arbitrios y normas de la democracia como limitaciones a su afanes de control.

El corsi recorsi, o acción y reacción, no es solo una especulación filosófica o herencia mitológica, sino ley del universo que habitamos y del cual no nos podemos abstraer fingiendo ignorancia. Por ello, la mayor cualidad del líder debe radicar en cómo aplicar principios elementales de tolerancia y humildad a la convivencia entre humanos. Tales conductas deben instaurar el respeto a los demás y a las opiniones contrarias; la templanza y serenidad ante los triunfos y las derrotas; y la convicción de que ninguna persona, grupo, asociación o profesión, de cualquier condición, reúne los atributos de sabelotodo, superdotado y, si son mujeres, iluminadas o redentoras.