Santiago González Díaz
¿Hay maldad en el libre mercado?
Virtudes y oportunidades de la apertura comercial
Resulta curioso que pocos candidatos políticos en época electoral defiendan las ventajas exponenciales que trae la apertura comercial. No es necesario ser populista para pensar que el intercambio económico trae consecuencias negativas en las economías nacionales de los países Latinoamericanos. Hemos sido educados, de tal manera, con la idea de defender la producción nacional y los puestos de trabajo que las grandes corporaciones extranjeras terminan por destruir por su alta competitividad y tecnificación.
El nacionalismo económico está inserto desde nuestra temprana educación por lo que llega a formar parte de nuestra cultura, inclusive el ver a la riqueza como algo malo propio de personas sin corazón.
En consecuencia, la cultura empresarial no escapa a ello y es propensa a rechazar la liberalización de cualquier área de la economía si supone un riesgo para el monopolio económico conseguido con la protección estatal. Los grandes ricos de América Latina crecen bajo el amparo del Estado y la comodidad que les supone evitar el ingreso de productos extranjeros.
Llamativamente los consumidores defienden estas posturas, no basados en cuestiones lógicas sino más bien emocionales. El discurso nacionalista lleva a colocar como principal argumento la defensa de puestos de trabajo y un sentimiento de lucha contra una invasión extranjera de carácter económico. Se prefiere comprar caro y de menor calidad como un acto patriótico.
Sin embargo, la realidad demuestra que la apertura comercial termina con las producciones ineficientes. No está en el mercado ser moralista, sino en los hombres poder responder a las exigencias del libre mercado si quieren participar en él.
No es el mercado en sí mismo quien castiga a los empresarios sino el mismo consumidor nacional que se ve empoderado para poder elegir entre una variedad amplia de productos, con distintos precios y calidad. Es decir, son los consumidores, que en un momento defendieron la producción nacional quienes colocan al empresario ante el desafío de mejorar su producción para poder competir y mantenerse o desaparecer.
Es necesario dejar de pensar que el culpable es una entidad abstracta llamada mercado que decide en favor de los grandes poderes económicos, el Estado puede velar por el cumplimiento de una competencia leal e incentivar al desarrollo de industrias nacionales sin caer en un capitalismo estatal que los vuelve dependiente del financiamiento público, dejando a la libre elección de los consumidores si ese empresario es meritorio o no de su confianza según el producto lanzado al mercado.
Dejar de pensar en el libre mercado como un enemigo y verlo como una oportunidad es un trabajo que debe iniciarse desde la educación temprana, modificar la concepción de un estatismo omnipresente como factor clave del crecimiento es el nuevo desafío para esta nueva etapa de integración regional.
SANTIAGO GONZALEZ DIAZ
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