Iván Arenas
¿Hay fujimorismo sin Alberto?
Sería mejor para el Perú que fujimoristas conforme un sólido partido político
La presentación de un proyecto de Ley por la congresista Leyla Chihuán para que los presos mayores de 75 años que no representen un peligro potencial a la sociedad puedan cumplir su pena bajo arresto domiciliario movió las aguas en la tienda naranja. Desde hace no poco tiempo corren rumores de visiones distintas en la praxis política. Hay, dicen, el albertismo por un lado y en el otro el keikismo. El asunto quedó zanjado con una Chihuán en retirada justificando que no presentaría un proyecto que tuviera nombre propio. Sin duda, una salida elegante a un tema espinoso.
Lo cierto es que en el escenario medianamente futuro parece ser que, sin cambios traumáticos, Keiko Fujimori será la primera en pasar a la segunda vuelta en el 2016. Luego de veinticuatro años el fujimorismo sigue ocupando un lugar importante en el electorado peruano. Ese análisis, aunque le cueste a tirios y troyanos, es objetivo. Sería necio que por inquina o dolor ideológico algunos sectores ligados a la izquierda intelectual y tradicionalmente marchita aparten al fujimorismo y con él a sus votantes del espectro político bajo el mantra de la “moralidad” y recuerdos pasados. Pero Keiko, a pesar de ese augurado pase al balotage en el 2016, no ha podido consolidar un partido que merme el “anti” que le impediría ganar las elecciones.
Probablemente la llave de la puerta de salida la tenga Alberto Fujimori, el padre. “El fujimorismo soy yo” ha mencionado desafiante, arrinconando tajantemente cualquier atisbo de cambio de timón en el liderazgo y relevo generacional. “El poder es como un explosivo, estalla si no lo sabes usar bien”, escribió Tierno Galván, y “Todo el poder es una conspiración permanente” dijo Honoré de Balzac. Algo de eso hay en la actitud de Alberto Fujimori. Días atrás acabó el congreso del partido de la derecha francesa, el Frente Nacional construido por el viejo Jean Marie Le Pen y liderado ahora por su hija Marine Le Pen, más proclive al diálogo y al acuerdo. Ese relevo institucionalizado y orquestado puede servir en algo de ejemplo para el fujimorismo actual ya que ambos llevan la impronta del apellido.
Keiko y los “nuevos fujimoristas” deben entender que si el relevo generacional sin apertura ni complejos no se produce es porque el fujimorismo sigue participando en la vida política como un movimiento pasionario y no como un partido institucionalizado que es, además, la tarea más difícil de edificar. Quizá estas elecciones regionales nos ha señalado la forma como el fujimorismo actúa en el “mercado” político. Keiko ha visitado gran parte de las regiones utilizando lo potente de su carisma y el apellido familiar portándose como un movimiento más entre varios movimientos. Muchos de sus candidatos han sido invitados, compañeros circunstanciales atados por el teflón de intereses, nada más. Si el principal problema de la gobernabilidad democrática es que las vías de transmisión entre las demandas ciudadanas y el Estado, los partidos políticos, están debilitados, el fujimorismo debería construir una alternativa nacional como partido y no como un movimiento monolítico del albertismo.
El fujimorismo es una fuerza con cariz popular. Someter eso a discusión con cuestiones de arrogancia intelectual es apartar la realidad por el miope análisis cargado de rencores. El fujimorismo irrumpió y se quedará. Sería mucho mejor para el Perú que lo haga como un sólido partido político y no como una fuerza pasionaria que atrae tanto a algunos y aborrece a otros.
Por Iván Arenas
(03 - dic - 2014)
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