Raúl Mendoza Cánepa
¡Harto!
De la clase política peruana y sus escándalos
Estoy harto de una clase política que, desde el Gobierno y el Congreso han prostituido el significado de la representación. Harto de los escándalos que demuestran que la política sacia apetitos y erige coalición por impunidad. Harto de acuerdos secretos, de prófugos cuidados, de puertas laterales, de instituciones tomadas. Harto de radicales que amenazan con quemar (ellos nacen por la ausencia de una noción de democracia en nuestra gente y por el #estoyharto que nos domina cada lustro). Harto del desaliento quinquenal. Harto de la lucha política que no es de ideologías, sino de ladrones y no ladrones.
Harto del continuo engaño a los jóvenes, del detrimento de la política y el “no postulo al Congreso porque me desprestigio” (¿Melcochita?). Harto del ánimo beligerante que regula lo humano y lo divino, harto de los decretos y leyes que deshacen el régimen económico. Harto de castas y mafias que solo mudan de rostro. Harto de que la salida de los jóvenes sea por el aeropuerto. Harto de que se zurren en la educación de los niños, que tarde o temprano terminarán en un terminal por cansancio o por miedo. Harto de la vanidad rampante de “bisutería” y de los caciques de siempre que alientan pactos sin ciudadanía. Harto de la tolerancia a la deshonestidad y de la deshonestidad regida por la sobrevivencia y el privilegio. Harto de un Estado que exige más rigor para entrar en él, pero que multiplica año a año su planilla (¿?). Harto que se gane más en el Estado que en los privados, pero no se corte el exceso del funcionario porque se ahuyentaría a los “mejores profesionales” del Estado. Harto del desempleo, del día a día, del no saber mañana.
Harto de las castas que dominaron el 900 y el 2000, harto del cambalache y la estancia en el poder. Harto de las prosperidades falaces y las fortunas injustificadas. Harto de Fiscalización en mi tienda y del criminal que apunta a la mala apenas al lado. Harto de un estado de derecho que es entelequia en un país en el que “los hechos son más fuertes que los textos” (Duguit). Harto de las “repúblicas prácticas” (Pardo) y de las refundaciones idiotas. Harto del abigarrado sistema de partidos y de los partidos “desadoctrinados”, harto de los intereses creados. Harto de las ralas oportunidades de los hijos. Harto de saltar al abismo cada cinco años, harto del odio digno como savia moral y de la cojudez como pecado venial; que el papel como la cédula de votación lo aguanta todo.
Harto de la promesa de la vida peruana, anclada siempre en la utopía, en un país que está siempre por hacer.
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