Jorge Varela
Guía de gobernanza para no caer al barranco
Cómo evitar que la institucionalidad chilena se desmorone
El próximo 11 de marzo asumirá en Chile un gobierno de izquierda joven, que tiene tantas ambiciones de cambio como desafíos emergentes. Ante las expectativas, propias de quienes están esperanzados, es necesario considerar el temor de aquellos que miran con cautela lo que podría ocurrir.
Manejo eficaz del orden público en un Estado libre
Determinadas señales e indefiniciones inciden en la configuración de un clima que suscita grados de inquietud justificada. Asuntos pendientes de antigua data –como la violencia de índole terrorista en la zona de La Araucanía, la inmigración irregular que agobia a los habitantes del norte, la criminalidad desatada por el narcotráfico, la creciente actividad delincuencial que opera sin control en calles y barrios– figuran en el primer lugar de la agenda relativa al manejo democrático y eficaz del orden público. Se trata de un cúmulo de obligaciones que cualquier gobierno debiera cumplir si quiere asegurar la paz y la seguridad interior dentro de un Estado libre y de derecho.
“Hoy toda la violencia social tiene un elemento en común y es que ya no entra en el esquema dialéctico de la lucha de clases articulada en torno a un proletariado organizado”, señala Gilles Lipovetsky (La era del vacío”). “El proceso de personalización ha liberado una violencia tanto o más dura por cuanto no tiene esperanza, no future, a semejanza de la nueva criminalidad y de la droga”.
Habrá pues que estar atentos a las instrucciones y al comportamiento de la nueva autoridad que en el pasado reciente se destacó por avalar la violencia caótica y condenar el uso legítimo de la fuerza pública en un área clave para el imperio de la armonía social.
Relación con las Fuerzas Armadas y seguridad exterior
Otra área importante es la seguridad exterior del país. Hasta el momento se desconoce qué tipo de relación pretende establecer el gobierno de Gabriel Boric con las Fuerzas Armadas, instituciones esenciales de la República que tienen un mandato que no pueden dejar de cumplir sin que se ponga en peligro la existencia e institucionalidad misma de la nación.
Es sabido que el nombramiento de Maya Fernández en el ministerio de Defensa está generando suspicacias que es imprescindible atender y aclarar con “viril energía y serena firmeza”, como le gustaba decir a Salvador Allende (ídolo del actual Presidente electo), cuyo recuerdo nostálgico estremece con demasiada insistencia sus neuronas, sus razones y emociones morales.
¿Cómo interpretar, además, la circunstancia de que el primer encuentro de sus futuros ministros se haya efectuado en El Cañaveral?, un lugar emblemático donde hasta el 11 de septiembre de 1973 se daban cita políticos allendistas, grupos de amigos (GAP), funcionarios de seguridad vinculados a la embajada de Cuba y acompañantes, en medio de acuerdos estratégicos y jolgorios no exentos de debilidad humana. Los gestos, símbolos y rituales, dicen mucho más que un discurso de palabras anestesiantes y elusivas. La verdad auténtica es la que emana de los hechos –de la realidad sin distorsiones–, no del relato falso, ni menos de la interpretación neomarxista de la historia chilena al ‘modo Baraditiano’.
Aquí, en este terreno complejo de la seguridad y soberanía nacional, se jugará una serie de encuentros y desencuentros decisivos y determinantes para el destino del próximo gobierno que, después de abandonar sus pañales, necesita dar sus primeros pasos en medio de un panorama vecinal, regional y mundial que no está para cometer errores ni deslices. Hace una semana el Presidente peruano, Pedro Castillo ,acaba de colocar una bomba de tiempo con su ofrecimiento a Bolivia de una salida al mar (de modo inconsulto), poniéndose al servicio político de Evo Morales. “Para Gabriel Boric la política de Castillo puede llevar a lugares inesperados”, ha escrito un columnista destacado del Rímac. (Mirko Lauer, “¿Buscando la salida?”. La República, 29 de enero de 2022). Por cierto la postura conocida de Boric en este delicado asunto, no favorece un tránsito exento de problemas.
El reto de un modelo cuyo sentido debe ser la libertad
El gran reto de la izquierda latinoamericana es trabajar con inteligencia un modelo que esté más allá de los que han existido en la región durante las últimas décadas: el comunismo castrista, el chavismo-bolivariano o socialismo del siglo XXI, el populismo revolucionario, el justicialismo peronista, la dictadura perfecta mexicana, intentos hegemónicos como el de Bukele, el social-demócrata, el demócrata-cristiano, el neo-liberal, el conservador-autoritario, el caudillismo nacionalista.
Por supuesto ese modelo que debiera cimentarse no es el populista de izquierda radical, aunque algunos compañeros y aventureros apuesten por uno de naturaleza radical e igualitario. La respuesta a tanto delirio la ha dado Hannah Arendt: “el gobierno de nadie –no la anarquía, o la desaparición del gobierno, o la opresión– es el peligro siempre presente en la igualdad universal”. “El concepto de igualdad universal significa tan solo que ningún hombre es libre” (“La promesa de la política”). Para la autora de “Los orígenes del totalitarismo” y “La condición humana”, “el sentido de la política es la libertad”.
Eso es lo que se necesita: enfatizar ‘el sentido de la libertad’ y ‘no caer en el gobierno de nadie’.
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