Fernando Vigil
Ganamos todos
Sobre las falsas percepciones del capitalismo
Acabó el año y todos empezamos con fuerza el 2016 y, seguramente, con muchas deudas luego de las compras de diciembre.
No es extraño que en la mayoría de personas siempre persista la sensación de que los únicos que se benefician con las campañas comerciales de fin de año son los “miserables capitalistas”, quienes atiborran nuestras mentes con sus productos y servicios a través de sus comerciales, para convertirnos en consumistas derrochadores del dinero que tenemos en nuestros bolsillos o del dinero inexistente que se quema al pasar nuestras tarjetas de crédito.
Este sentimiento de aversión contra el capitalismo, al que Ludwig von Mises denomina “mentalidad anticapitalista”, es un sentimiento que se ha uniformizado en todo el mundo, desde la Revolución Industrial hasta nuestros días, colocando al capitalismo como el sistema que sublima el egoísmo, la explotación y la pobreza. No es extraño entonces que muchos lo califiquen como salvaje e inhumano. Sin embargo detrás de esa falsa percepción existe una compleja verdad.
Siguiendo a Mises, podemos entender al capitalismo como un sistema de economía libre que tiene como característica producir bienes en masa para el consumo de la masa, provocando así una mejora en el nivel de vida del individuo y su progresivo enriquecimiento.
Esto es lo que ha ocurrido en los últimos 200 años. Hace 2 siglos, todos éramos igual de pobres y no podíamos gozar de diversos bienes y servicios que requeríamos para satisfacer nuestras necesidades, incluso, las más básicas. Sin embargo la creatividad e innovación de los emprendedores capitalistas que hallaron oportunidades en el mercado para atender a la demanda de los consumidores, permitió el progreso de la humanidad. Era impensado hace 10 años para los ciudadanos del África Subsahariana acceder a celulares, hoy casi dos tercios de las familias de esa región tienen al menos un celular.
El beneficio no es exclusivo del capitalista, el beneficio siempre es de todos. Para la “Teoría Subjetiva del Valor” –esbozada por la Escuela Austríaca– en todo intercambio de bienes y servicios que se produce en una economía de mercado, los agentes participantes valoran más lo que reciben que lo que entregan a cambio, pues los bienes y servicios no valen por todos los costos en los que se han incurrido para producirlos (valor objetivo), sino por los juicios axiológicos (valor subjetivo) que los agentes que intercambian establecen sobre los mismos. Esto ha pasado todo el tiempo. Desde que el hombre racional apareció en la tierra intercambiaba bienes que valoraba menos por otros que valoraba más, y que eran indispensables para su subsistencia. Desde siempre los hombres buscamos maximizar nuestros beneficios.
Así pues, el consumidor valora más la televisión que compra en la tienda que el dinero que paga por ella. Del mismo modo el empresario valora más el dinero que va a recibir por la televisión que vende. Por otro lado el trabajador de la empresa valora más el dinero que va a recibir por el trabajo que va a realizar. Como vemos, ganan consumidores, trabajadores y empresarios. Ganamos todos.
Con lo expuesto no solo descartamos la teoría objetiva del valor –piedra angular del marxismo– sino también el famoso “Dogma de Montaigne”: aquella falacia que sostiene que la riqueza de unos es consecuencia de la pobreza de otros, es decir, “juego de suma cero”.
El capitalismo permite la prosperidad de quienes logran satisfacer las necesidades de la gente de la manera más eficiente y barata posible. Pues quien complace a los consumidores progresa. He allí el éxito de Bill Gates, Amancio Ortega o de la gran mayoría de empresarios chinos.
Por Fernando Vigil
COMENTARIOS