Eduardo Zapata
Esa figurita ya la tengo
Apelando a nuestra anterioridad contemporánea
Cuando aún existían los cada vez más escasos álbumes para rellenar con figuritas —de artistas de cine, cantantes o deportistas— uno se apresuraba a comprar uno o varios sobrecitos, que contenían dos o tres figuras, con la ilusión de hallar entre ellas “la figura”. Aquella que atesoraba nuestra mente y que esperaba nuestro álbum para sentirse él también pleno.
Obviamente hallar esa figura era una satisfacción enorme para nuestro casi obsesivo deseo de ver el cuadro y la tarea terminados. Si no ocurría —pongámonos serios— se aplicaba la inevitable ley de la teoría de la información: en lo repetido no hay new. No hay novedad. Por ejemplo, cuantas más posibilidades ofrece un dado, más información en el lado que se nos ofrece a la vista.
Albert D´Haenens fue un extraordinario historiador, medievalista eximio y crítico cultural. Nos honró pidiéndonos el Prólogo de su libro El texto: traza de la anterioridad escribal. Con él compartimos trabajo en Lima, Cusco y Lovaina la Nueva. En ese libro —lamentablemente ignorado por nuestra intelligentzia, aun la especializada en historia— él distinguía dos conceptos: la anterioridad distemporánea y la anterioridad contemporánea. Mientras la primera era en sí la historia ajena a nuestro vivir inmersos en ella, la segunda —la anterioridad contemporánea— suponía lo que “había sido ya”, pero teniéndonos como testigos o aun protagonistas.
Traigo aquí estos conceptos porque ciertamente una cosa es “me lo contaron” y otra muy distinta “lo viví”. Claro, si tenemos el ánimo de elucidar acontecimientos con cierta objetividad. Y es que me llama la atención la amnesia que parece signarnos a muchos respecto a la anterioridad contemporánea. Que por más que tratemos de sesgar —es natural— es compartida y contemporánea también para otros coetáneos. Que aún viven y recuerdan, que no olvidan.
Digo todo lo anterior porque escucho y leo con bastante frecuencia una serie de propuestas políticas, sociales y económicas que equivalen a aquella figurita “que ya tengo”. O más bien, tuvimos todos. La sensibilidad de los novelistas peruanos de los cincuentas nos lo había anunciado de una u otra forma. Loayza, Congrains, Vega Seminario, Reinoso… las migraciones estaban cambiando el rostro de la urbe y del país.
De cara al Bicentenario —y porque la política conoce de pendularidades— volvemos a hablar de empresas públicas, empresas estratégicas, asistencialismo por doquier y más y más burocracia. Como si no hubiésemos pasado —algunos con legítima ilusión, no lo dudo— por los desastrosos resultados que ello trajo consigo: quebramos un país, desmoralizamos y aun envilecimos a mucha gente y —encima— dimos pie (por lo pendular) a un mercantilismo enmascarado de liberalismo.
A ver si sinceramos nuestra anterioridad contemporánea, al menos. Asistimos hoy a un Estado (que debería ser árbitro del poder) que solo ejecuta lo que unos cuantos deciden en la sombra, por encima de todas las “instituciones”. Me apenó el otro día ver en TV a un joven periodista —especializado en economía— diciendo que “él sentía” que hoy había más institucionalidad que ayer. Lo decía a propósito de la Fiscalía. Por Dios: 70% de nuestros presos lo están sin acusación. Estas suelen ser discrecionales y dirigidas. Y sabemos todos que el origen de algunas fortunas —que hoy condenan la corrupción y el narcotráfico— se basó en vuelos desde el Huallaga en los años ochenta. ¿Ahora santos?
Necesitamos reformas profundas, sí. Pero cuando uno escucha la palabra “notable” no puede dejar de pensar en Don Manuel Prado y su distinguido modo de gobernar. Y tampoco podemos dejar de pensar en saqueos sistémicos a la hacienda pública —léase Estado— hechos a la vista de todos.
“Hubo una vez…”, empiezan muchos cuentos. Bueno, sí: hubo una vez, y no la repitamos por favor. Porque la anterioridad contemporánea nos habla a algunos —vívidamente— de una línea de causalidades de corrupción que no podemos negar. Más allá de nuestros corazoncitos partidarios o empresariales, si los tenemos.
Quizás si fue Don Manuel Prado un ejemplo de “transparencia”. Recuerdo que luego de su no muy feliz Gobierno, de 1939 a 1945, se presentó en 1956 con un eslogan muy dicente: “Tú lo conoces, vota por él”.
Si tú conoces y quieres hacer país, comparte sobre todo con los jóvenes tu anterioridad contemporánea. Con un poco de decencia al menos. Nos hemos engañado —y seguimos engañando— ya demasiado tiempo.
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