Cecilia Bákula
Es golpe de Estado, con o sin tanques
Se han vulnerado las normas constitucionales vigentes
Por extraño que pueda parecer, gran parte de la población ha aceptado “de facto” (casi como la denegación fáctica) que lo que hemos vivido no es un “golpe de Estado” sino una “solución” al desempeño del Congreso. Gracias a una presión mediática formidable se ha logrado que un importante sector piense que esa instancia legislativa es la causante de todos los problemas del Perú y que, por su inoperancia, impedía el progreso y las acciones que el Poder Ejecutivo deseaba, sin éxito, llevar a cabo.
Terrible error de concepción. O peor, gran ignorancia pues, como ya se ha dicho, el Congreso no es el que ejecuta ni lleva a cabo planes de inversión, construcción, mejoramiento o implementación de infraestructura. Sin embargo, el presidente, que accedió al poder por una argucia similar, ha logrado hacer creer que ahora —sin Congreso, sin filtro, sin control— todo será como un nuevo amanecer. Y para ello ha empezado a dar no pocas medidas de carácter meramente populista que podrían significar un inmediato sentimiento de bienestar, pero a la larga, grandes problemas en el manejo fiscal.
Lo interesante es que este enroque en la política peruana debe ser llamado por su nombre: es un golpe de Estado en tanto y en cuanto ha significado la vulneración de las normas constitucionales vigentes. Y quién sabe si más adelante esa misma interpretación “fáctica” de la realidad le pueda generar un revés.
Me parece interesante señalar que en el caso del golpe de 1992 se utilizó un gran despliegue militar y el ejército, con armamento y tanques en las calles, como una demostración de fuerza. Pero fue un movimiento que repetía las formas del golpe de Velasco, que llevó al poder a la cúpula militar. En esta oportunidad no fue necesaria esa presencia militar porque la población ha estado, en su mayoría, como anestesiada respecto a la capacidad de análisis, de respuesta y de reacción, pues muchos de los medios de comunicación se convirtieron en voceros directos o indirectos de la abrupta decisión del Ejecutivo.
Valgan verdades, no pocos congresistas distaban mucho de tener los méritos mínimos para el privilegio de ocupar una curul. O, mejor dicho, hubo muchos que desprestigiaron al Congreso, abusaron de su situación, entendiendo que les correspondía privilegios, cuando el único privilegio es la oportunidad de servir. No cabe duda de que se han servido de esa situación y han dañado la imagen de un poder del Estado. Felizmente, ha habido individualidades muy destacadas que han sabido estar a la altura de la dignidad de su investidura.
Esto debe llevarnos a una reflexión y a aprender la lección, pues no podemos olvidar que ese Congreso —con buenos, muy buenos y lamentablemente muy malos representantes— fue elegido por voto universal, democrático y libre. Y si el peruano elige a esas personas, a las que luego (con ayuda mediática) repudia, debemos entonces hacer un gran esfuerzo para superar la mera acción de votar, por la hermosa tarea de elegir y elegir bien. Y ¿qué significa elegir bien? Es realizar un voto pensado, reflexivo y serio que sea el reflejo de nuestra voluntad de optar por un futuro mejor.
Esta elección de enero próximo es una excelente oportunidad de llevar a cabo una decisión comprometida para que el Congreso esté integrado por ciudadanos capaces de mantener la palabra, ser transparentes, eficientes, responsables y que la memoria no les sea esquiva ni frágil, como para olvidar que cada uno asume una responsabilidad no solo con sus electores, sino con todo el Perú y su historia. Que cada uno sepa que el voto no es un cheque en blanco que le dan los electores, sino más bien una letra con fecha de vencimiento. Y esto será más evidente para el próximo grupo congresal, porque los peruanos estaremos muy atento y no queremos ni merecemos que ocupe esa dignidad legislativa algún mafioso, mentiroso, ocioso, tránsfuga, inmoral, ladrón ni acosador, por no mencionar algunas de las “perlas” que han mostrado unos congresistas.
Le tocará a ese Congreso ser el contrapeso de un Ejecutivo muy venido a menos, que no ha entendido, a mi parecer, la razón de su presencia al mando del país y que carece de las capacidades para poner en marcha lo que está pendiente. Ya ni siquiera le podemos pedir que cumpla lo ofrecido por ser una megalomanía total; pero por lo menos que mantengan a flote la nave. Y que el nuevo Congreso, que nos aportará caras nuevas y voluntades jóvenes, entienda que reciben una delegación democrática con la que nos jugamos todos nuestro destino como nación y como sociedad.
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