Francisco Swett

Entre Ockham y el absurdo

Echarle dinero a los problemas no es una alternativa

Entre Ockham y el absurdo
Francisco Swett
01 de junio del 2020


Cuando hacemos un recorrido sobre cómo los gobernantes toman decisiones que afectan a los ciudadanos, nos planteamos la pregunta: ¿de dónde emerge esa capacidad prácticamente inagotable para la estulticia en el diseño de las políticas públicas? La fuerza de la sinrazón es tan poderosa que combatirla y erradicarla es una tarea prácticamente imposible. 

El mundo de la lógica puede parecer árido por contraste, pero es conceptualmente elegante por ser riguroso. Tengo una particular preferencia por William de Ockham, fraile franciscano inglés del siglo XIV y notable teólogo y profesor de lógica, quien postuló su principio conocido como Ockham’s Razor (la Navaja de Ockham), que en su enunciado formal establece que cuando se es confrontado por hipótesis competitivas que son iguales en todo, quien toma la decisión debe escoger aquella que se basa en el menor número de supuestos. Vulgarmente, el enunciado del principio sentencia que entre dos opciones se debe escoger la que sea más sencilla de llevar a cabo. A Ockham´s Razor se le conoce también como la “ley de la parsimonia”, de la brevedad o de la economía. Entre sus múltiples corolarios hay dos que anoto: “las entidades no deben ser multiplicadas más allá de las necesidades” y “la pluralidad (de opciones) no debe ser postulada sin necesidad”

Que las entidades no deben ser multiplicadas más allá de las necesidades choca con la evidencia del crecimiento a ratos aleatorio, las más de las veces carente de necesidad, de la burocracia que, según Weber, es una cultura que se apodera institucionalmente del poder. No es este un pronunciamiento contra la necesidad de crear instituciones fuertes, sino que lo es para remarcar que rara vez se cumple el mandato que establece que el propósito del Estado es el de preservar el ejercicio de la libertad y arbitrar contra las violaciones de ésta, interna o externamente.

Uno de los temas candentes del momento, típicamente burocrático aun cuando se lo considera especializado, es el del crecimiento insospechado del endeudamiento público para estimular a las economías ante las pérdidas provocadas por el aislamiento que, supuestamente, requiere la pandemia. A nivel global, el endeudamiento gubernamental promedio subirá de 108% del PIB a 137% y representa una carga pesada de obligaciones que, naturalmente, impactarán a los contribuyentes quienes, al final del día, deberán pagar la cuenta. Ante ese devenir, los riesgos morales que vienen a la mente son: (1) la existencia de una burbuja crediticia creciente que presiona los precios relativos y el empleo; (2) la desmotivación del ahorro el cual es afectado por la presencia de tasas bajas o negativas de interés, con la consecuente incidencia sobre la formación de capital que es la eventual fuente de empleo; y (3) el efecto perverso sobre las futuras generaciones pues todas las acciones remediales son concebidas con un corte inmediatista.

En la realidad, lo que está conteniendo las presiones inflacionarias es la lenta velocidad de circulación del dinero, lo que es muestra de bajos o mediocres niveles de consumo de los hogares. En estas circunstancias, echarle dinero a los problemas presentes no es una alternativa de política que va a ser totalmente efectiva. Paliará en algo los problemas de momento pero en el mediano plazo los temas de fondo, los mismos que tienen que ver con los cambios de paradigmas en los procesos de producción, el desarrollo de la inteligencia artificial con la consecuente reducción de la demanda de empleos rutinarios, y las fricciones propias de los mercados laborales, determinarán que los escenarios futuros estarán tan complicados, y más comprometidos que los actuales.

¿Para que nos sirve entonces Ockham? El fraile respondería que se está violando la ley de la parsimonia que, inclusive frente a un evento catastrófico como una pandemia, nos obliga a estar siempre atentos, a contar con los mejores instrumentos de medición que nos permitan utilizar las herramientas de prevención, comunicación colectiva, defensa y solución del problema. Viola la parsimonia cuando la actitud de los políticos es la que los americanos conocen como CYA (Cover Your Ass) que es la típica reacción de total aversión al riesgo, y los lleva a recurrir, como alternativa, a lo que los gobiernos sí saben hacer, esto es, reprimir las libertades usando el monopolio de la fuerza. No interesa que la solución sea costosísima y destruya la economía, lo que importa es que el ente político “no se cargue los muertos”. Resulta entonces que la opción escogida por la gran mayoría de los países es el encierro medieval.

Estoy seguro que Ockham se está revolcando en su tumba cuando observa el deterioro en la ejecución de las políticas públicas. Matar la producción y al mismo tiempo endeudarse para pagar la factura no es parsimonioso, es absurdo. Tirar dinero a los problemas no soluciona la disyuntiva del costo de oportunidad, pero sí logra hacer más profunda la fosa de las oportunidades perdidas, particularmente para mercados emergentes que terminan más sumergidos que antes.

Francisco Swett
01 de junio del 2020

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