Berit Knudsen
Encontrando el objetivo común
Si el presente no nos gusta, luchemos por un futuro mejor
La institucionalidad, la libertad y la democracia están amenazadas en Latinoamérica. Los proyectos dictatoriales, que vemos multiplicarse, atentan contra valores fundamentales como la familia, la libertad y la dignidad, socavando la reserva moral de la sociedad y poniendo en riesgo la estabilidad y el futuro de todas nuestras naciones. El modelo cubano preponderante promueve la división y niega la historia, la herencia hispanoamericana, republicana y nuestra identidad, imponiendo mitos y engaños que someten y dividen a nuestros pueblos. Rechazan el pasado para “acentuar las contradicciones”.
El Foro de Sao Paulo se fundó en 1990 con el objetivo de unir esfuerzos y evaluar escenarios futuros ante la caída del muro de Berlín, en una reunión en la que participaron el Partido de los Trabajadores de Brasil y el Partido Comunista de Cuba. Evaluaron el contexto y tomaron previsiones, adelantándose ante las consecuencias que podrían desencadenar la posible caída de la Unión Soviética. Solo cinco años más tarde, el Foro contaba entre sus miembros a 291 diputados, más de 57 senadores, 10 gobernadores, cientos de alcaldes y 108 partidos políticos asociados.
Luego de 32 años, la “receta de Fidel” sigue aplicándose en Latinoamérica con fórmulas cada vez más sofisticadas; pero con la misma pérdida progresiva de las libertades individuales, con crisis económicas y sociales, y poniendo en evidencia sus vínculos con la corrupción, el terrorismo y el narcotráfico. Los países “amigos del castrochavismo”, que se siguen alineando con ese modelo delineado por Fidel Castro hace 63 años, hoy son Venezuela, Nicaragua, Honduras, Argentina, Bolivia, Chile, Perú y recientemente Colombia.
Mientras que en el continente cada vez más países se suman al sistema, el castrochavismo sigue reinventándose; pero aun así presenta deficiencias. A diferencia de la Revolución Cubana –marcada por los fusilamientos, presos políticos, implantación de terror y masivas expropiaciones– hoy se establece el sistema gradual, que mantiene la presencia de partidos políticos, medios de comunicación, grupos de la sociedad civil y una economía privada que ralentiza la consolidación del régimen.
Otro problema es que el control sociopolítico que ejerce esa elite, que representa el 1% de la población, se sostiene comprando voluntades en países donde la productividad se vuelve escasa y los ingresos financieros son insuficientes para mantener a la población sin subsidios del exterior. Además, a diferencia de Cuba –donde los grupos de poder viven alejados y resguardados del resto de la población– en los otros países estas élites actúan sin mesura, mostrando con descaro signos exteriores de riqueza e incurriendo en escandalosos actos de corrupción y malversación de fondos que son denunciados con cada vez más frecuencia.
En el Perú, la crisis institucional que arrastramos desde tiempo atrás se ha visto agravada con este gobierno, que no solo demuestra improvisación y un apetito desmedido por enriquecerse, sino que busca corromper a funcionarios del Estado, de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como de las fuerzas armadas, con la consecuente pérdida de credibilidad en las instituciones públicas. Esta problemática, con graves repercusiones en nuestra economía, pone en peligro el futuro del país y acentúa la pérdida de valores en detrimento de las nuevas generaciones.
El círculo vicioso se inicia en las instituciones educativas, con la ausencia de materias que promuevan la educación cívica, los valores morales y el amor al país. A este escenario se suman los partidos políticos con trayectoria (que van perdiendo la solidez de sus ideologías), los nuevos partidos improvisados, los candidatos poco calificados, las propuestas que no reflejan los verdaderos intereses nacionales y una ausencia de amor al país; salvo escasas, aunque honrosas excepciones. Estas condiciones hacen imposible la recuperación de la confianza en nuestras instituciones.
No es posible reconstruir el Estado de derecho sin iniciar un movimiento intelectual que congregue a pensadores y nuevas generaciones para evaluar nuestra realidad, analizar la problemática desde su origen y buscar vías de solución, comprometiendo a la población civil, promoviendo la unión nacional y latinoamericana. En el escenario actual, parece casi imposible imaginar la figura de un líder que pueda conducir un movimiento que dirija un cambio en las estructuras de nuestra sociedad. Pero resulta más sencillo imaginar un movimiento con pensadores e intelectuales, porque estamos seguros de que en nuestro país esos personajes abundan.
Esta coyuntura, por otra parte, está creando movimientos de jóvenes que cuestionan el statu quo y debaten vías de solución. En cualquier caso, toda propuesta debe partir del análisis histórico y el entendimiento profundo de las causas de nuestros problemas; y a partir de ello propiciar un debate nacional para construir un pensamiento sólido que nos permita salir de este entrampamiento. Incluyendo sobre todo una agenda para luchar contra la pobreza y el abandono de las clases más necesitadas.
Existen temas de debate que, aunque importantes, no resultan urgentes y se convierten en distractores ante la gran crisis que enfrentamos. El modelo socialista latinoamericano en cambio, se construyó con un solo objetivo común: “luchar contra el capitalismo Norteamericano”, evaluó escenarios futuros y desarrolló estrategias que se adecuan constantemente. Nuestro objetivo común debe ser “luchar contra la dictadura más antigua de América”, denunciar sus abusos y el saqueo de nuestras naciones. Analizar sus fortalezas y encontrar sus debilidades, dejando esa actitud reaccionaria frente a los abusos, desarrollando tácticas que nos permitan adelantarnos a situaciones futuras.
Para ello, toda Latinoamérica debe incorporarse, promoviendo la unión, primero a nivel país y luego a nivel continental, traspasando fronteras con propuestas desde distintas perspectivas en busca de soluciones. La convocatoria debe buscar la participación de la población civil, intelectuales y pensadores, periodistas independientes y jóvenes que hoy se perfilan como el futuro del Perú. Ideales comunes como la libertad, dignidad y los derechos humanos nos permitirán rescatar la reserva moral de todas nuestras naciones.
Hoy la conquista no está más en los territorios, la verdadera conquista es una batalla cultural donde el objetivo son las mentes. Una ideología con un discurso que se acerque a los pobladores sin negar la realidad histórica, reconstruyendo una verdadera identidad como nación y como continente. Aceptando la convivencia de diversas culturas, reconociendo nuestra esencia y los símbolos que nos identifican, nuestro territorio y nuestras fronteras, encontraremos coincidencias como elementos de nuestra peruanidad, pero también podremos establecer lazos de fraternidad con los países que conforman nuestro continente.
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