Jorge Varela
El ultrismo intelectual
Dioses pedantes de izquierda y derecha
Europa, América Latina, Asia y África –y también naciones hermanas como Perú, Ecuador, Argentina, Chile– atraviesan un período difícil y complejo de su evolución civilizatoria. No son los únicos países y continentes que sufren los estragos de la última pandemia, las consecuencias trágicas del conflicto Rusia-Ucrania, los efectos de la ‘nueva guerra fría’, de la crisis económica y del cambio geopolítico entre las grandes potencias mundiales.
Esta es una etapa dura, odiosa y bélica de la humanidad. Donde quiera que usted mire verá esa cara dramática de la adversidad que muestra lo peor de nuestra miserable condición de seres egoístas y malvados.
El afán de dominio hegemónico sobre el planeta nos está llevando a un colapso atómico, ante los esfuerzos para terminar con la violencia, el dolor y la pobreza injusta de millones de personas. ¿De qué podría servir entonces una eventual e incierta victoria sobre aquel Estado que es considerado competidor y enemigo si después la tragedia del exterminio irracional se extendiera a todos los espacios, incluidos aquellos de los vencedores dominantes?
En busca de los orígenes invisibles del actual desvarío universal hemos hallado dos que parecieran sorprendentes, pero imposibles de soslayar: el rol ambivalente de los intelectuales en el avance o retroceso de la sociedad y el efecto pernicioso de sus excesos.
Intelectuales y élites
Los intelectuales se han convertido en actores con privilegio de las elites políticas, sociales y culturales a las que pertenecen, colaborando –quizá sin desearlo– a su reproducción y asentamiento, aunque no estén dispuestos a reconocerse como parte de las mismas y su discurso habitual pudiera calificarse como crítico hacia ellas.
Es más, en muchos casos el intelectual contemporáneo se está comportando como militante comprometido y no como analista reflexivo y crítico que aporta a la sociedad sin dejarse llevar por el halago y la ambición perversa. Es así como millones de chilenos tuvieron que soportar una experiencia concreta deplorable con ocasión del debate constitucional y el plebiscito del pasado 4 de septiembre. Académicos conocidos como Atria, Bassa, Salazar –incluso el moderado Squella– quisieron impactar con ideas estrambóticas, exorbitantes, sobre el curso institucional de ese país.
Espacio bipolar compartido
Hoy es fácil saber desde dónde disparan sus efluvios contaminantes y quiénes son, pues incluso el veneno de su léxico los delata.
Mientras en el campo de la autodenominada neo-izquierda progresista anida una primera bandada de intelectuales compuesta de ‘carpinteros gramscianos’, que martillan picoteando hasta horadar los cimientos valóricos de la cultura no-marxista, a su lado habita otra compuesta por reconocidos cuervos ‘derridianos’, deconstructores acostumbrados a volar a baja altura para destruir al liberalismo y sus fundamentos. Ambas bandadas se dirigen raudas hacia un mismo horizonte academicista hegemónico.
En tanto, al frente hay un espacio impregnado de conservadurismo viejo, dogmático y atávico, donde se ubican sectores de derecha que todavía sienten pavor y tiemblan cuando la mayoría social intenta conjugar de forma simultánea y colectiva la idea de libertad política con la de justicia económica, sin atreverse a rebasar la órbita mínima de lo meramente individual. El riesgo específico es que se consolide un academicismo de aspecto capitalista ortodoxo y cerrado.
Características del ultrismo intelectual
Además de los males antes descritos prolifera un intelectualismo ultrista nefasto, enfermizo, pedante e insistente, que ha causado mucho daño a espíritus nobles e ingenuos que no forman parte de la élite academicista. ¿Cuánta magnitud de la brecha cultural e ideológica es posible imputar a escritos, libros, tesis, ensayos, artículos, opiniones y divagaciones erráticas e incendiarias?
Los miembros de grupos académicos poderosos e influyentes tienen conciencia plena que desde sus reductos exclusivos –universidades, oenegés, fundaciones, centros de estudios, medios y redes de comunicación– pueden continuar propalando mensajes y consignas de contenido enajenante destinados a embriagar incautos. En este sentido, ¿cuánto del deterioro democrático corre por cuenta de ellos?
La supuesta superioridad moral a la que se autorrefieren –en sus intervenciones y discursos arrogantes– numerosos intelectuales orgánicos herederos de Gramsci, es una característica que les describe hasta los huesos. Qué puede esperarse pues, de funcionarios obsecuentes, de representantes públicos y ejecutivos domesticados, discípulos que beben sin respiro de dicha fuente surtida por aguas ideológicas postmodernas que huelen mal. “De tal palo, tal astilla”, se escucha no solo en Chile.
Ser como dioses y actuar como sabios pedantes con una sola verdad en cuestión es precisamente lo que no queremos de estos padres de tanta soberbia.
COMENTARIOS