Arturo Valverde
El último estadista
A cuatro meses de la muerte de Alan García
Este sábado 17 se cumplen cuatro meses del fallecimiento del expresidente Alan García, el último estadista que ha tenido el Perú. En los meses posteriores a su muerte, la opinión pública ha vuelto la mirada hacia los problemas que aquejan a nuestro país: la anemia infantil, la falta de obras de impacto social, el bajo crecimiento económico, entre otros temas que tienen un impacto en la vida de las familias peruanas. Todos estos temas estuvieron siempre allí, pero las acusaciones sin pruebas y el linchamiento mediático contra Alan García sirvieron como cortina de humo para desviar la atención de la incapacidad de algunos para conducir nuestra nación.
Mientras se escribían páginas tras páginas elucubrando sobre las iniciales AG, se desviaba la atención sobre el caso Westfield del expresidente PPK. Asimismo, cuando el líder aprista era perseguido por una conferencia de US$ 70,000, avanzaba la negociación del acuerdo con Odebrecht y Alejandro Toledo vivía la buena vida en Estados Unidos. Cuando Alan García era citado y se dictaba su impedimento de salida del país, se hablaba muy poco sobre el caso de la exalcaldesa de Lima, Susana Villarán. Y cuando más se perseguía a Alan García, menos se hablaba del famoso Club de la Construcción y la empresa Graña y Montero.
Estoy seguro de que si estuviera vivo, seguirían utilizando su caso y acusándolo de todo con tal de desviar la atención de los S/ 524 millones que Odebrecht reclama por la venta de Chaglla; irónico, pero Odebrecht tendrá 15 años para pagar alrededor de S/ 610 millones de soles al Estado peruano como reparación, pero ellos exigen S/ 524 millones en un solo pago. Estarían también usando malvadamente su caso para encubrir la corrupción del Gasoducto del Sur, y no me sorprendería de que lo hubieran culpado hasta por lo ocurrido en Arequipa con Tía María y lo que sucede en Moquegua con Quellaveco.
Desaparecido Alan García, los antiapristas e incapaces —porque aquí parece que hemos entregado la conducción de los intereses nacionales a los incapaces, como en la novela La Rebelión de Atlas, de Ayn Rand— no encuentran en quien desviar la atención de sus delitos, como hicieron con Alan García. La estrategia es y será siempre “culpemos a los apristas de nuestros delitos y crímenes, pongamos a inocentes con culpables en el mismo saco... miente miente que algo queda, dobleguemos su moral”. Así, los verdaderos corruptos han encubierto sus delitos y amoralidad. Proyectan su miseria humana sobre otros. Han transcurrido más de cien días y no hay pruebas contra Alan García. No hay cuentas, bolsos de dinero, propiedades, nada.
Se acabó el último estadista con el que podía contar un país en momentos de crisis. Hoy, solo quedan Julio Guzmán, Kenji Fujimori, George Forsyth, Verónika Mendoza, Gregorio Santos... ¿estarán preparados para tomar las riendas de un país inmanejable y en decrecimiento económico? ¿Conocerán lo suficiente el país como para lograr el entendimiento entre los peruanos? Temo que estemos llegando a un escenario polarizado donde debamos decidir entre la izquierda y la derecha. Lo mejor sería optar por el punto medio: el Apra siempre ha sido el fiel de la balanza y eso debe entenderlo el país. Con la izquierda o la derecha en el poder, el pueblo siempre terminará perdiendo una cuota de sus derechos.
Pero por sobre todo hay que reconocer que Alan García fue un demócrata. Jamás amenazó con cerrar el Congreso, ni se valió de referéndum para imponerse, ni empleó el poder para criminalizar al adversario creando megacomisiones que encubren una abierta campaña de persecución política y descalificación al oponente.
En la coyuntura actual se ha tratado nuevamente lo ocurrido en Bagua. Se habla del "Baguazo", pero nadie se acuerda de los policías que heridos y desaparecidos. Ya se olvidaron de los nacionalistas azuzando a los pobladores, y los reservistas participando o alentando la violencia. Como nadie quiere ser enjuiciado por el resto de su vida cuando deje el poder, se opta por no hacer nada. Los que viven de enfrentar a los peruanos ganan más espacio porque no hay quién les haga frente. La autoridad no puede hacer cumplir la ley porque termina denunciada por el delincuente que persigue. Así las cosas, caemos en el caos y el desorden. Se aplaude la organización de los Panamericanos, pero perdemos la competencia del cobre frente a Chile.
El Perú después de Alan García es un país sin liderazgos claros. Un país que, por momentos, parece una batalla de todos contra todos. Y el ganador será el último que quede en pie.
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