Aldo Llanos
El tradicionalismo y la tradición. ¿Un problema? (II)
La Tradición en la Patrística
Aunque la palabra parádosis no es utilizada con frecuencia por los apóstoles y los cristianos del primer siglo, cuando lo es, siempre ha implicado dos cosas: un depósito y un magisterio que lo administra y custodia al tratarse de lo dicho y hecho por el mismo Dios hecho carne: Jesucristo.
Para especialistas como el dominico Yves Marie-Joseph Congar (1904-1995), la Tradición como tal cobra una relevancia especial en el sentido común de los cristianos a partir del siglo II, por medio de dos grandes obras: “Contra las herejías” de San Ireneo de Lyon y “Sobre la prescripción de los herejes” de Tertuliano.
El primero, debe enfrentarse al reto gnóstico de su tiempo y, el segundo, busca el modo de que se eviten las malas prácticas pastorales suscitadas por una mala comprensión de la doctrina cristiana.
En efecto. San Ireneo, identifica a los gnósticos como aquellos que entienden toda tradición, como un conocimiento secreto e iniciático que no puede ser compartido abiertamente a los demás, por no ser todos dignos de recibirlos o no ser capaces de entenderlos.
Sólo los iniciados en el gnosticismo, sí podían hacerlo al poseer capacidades obtenidas ritualmente que les permitían tener contacto con el Espíritu y volverse de ese modo unos “psíquicos”.
Como muchos cristianos eran presa fácil de los numerosos movimientos gnósticos, San Ireneo escribe su obra determinando que, sin la parádosis (Tradición), el cristiano empezará a volverse sectario en el sentido de asumirse como el único capaz de interpretar correctamente el Evangelio lo que en la práctica lo convertía en un fiscal con el poder de señalar a otros como “no cristianos” por no tener sus capacidades.
Por ello, San Ireneo apela a su “regla de la Verdad”, aplicada por un Magisterio vivo, para evitar el fraccionamiento de la comunidad cristiana por parte de gente que se asume como la única capaz de entender el cristianismo y practicarlo rectamente, a diferencia de los demás.
La regla de San Ireneo implicaba estudiar el Evangelio constantemente sin que las interpretaciones obtenidas contradigan los testimonios guardados y transmitidos por los primeros cristianos, quienes conocieron a Jesús y a sus apóstoles de primera mano. De allí que, para San Ireneo, ambas son “camino de salvación”.
Por otro lado, para Tertuliano, su mayor preocupación es la aparición de numerosos “intérpretes” del Evangelio frente a los cuales, el cristiano corriente no sabe en quién confiar. Para ello, él propone “prescripciones” que permitirían reconocer, y por ende rechazar, a quiénes interpretan mal el Evangelio de un modo práctico.
Pues bien, todas estas prescripciones pueden resumirse en una: sólo puede ser alguien un correcto intérprete de las Escrituras si sus interpretaciones no desdicen las interpretaciones efectuadas por los Apóstoles, los discípulos de los Apóstoles y las Iglesias constituidas a partir de estos. Para Tertuliano, en esto consiste la Traditio o Tradición.
En ese sentido, no puede haber contradicción entre las Escrituras y la Tradición oral producida a lo largo del tiempo, desde la llegada de Jesús.
Fue así que, a partir de estos textos fundamentales, posteriormente otros Padres de la Iglesia como San Gregorio de Nisa, San Atanasio, San Basilio y San Vicente de Lerins, concluirán que, el principio fundamental para distinguir la verdad de una herejía, serán las Escrituras y la Tradición de la Iglesia Católica, siempre y cuando: se contemple un progreso en la fe y no un cambio, una mayor profundización de lo conocido y establecido y no una contradicción, y la utilización de nuevos términos sin que afecten a los antiguos.
Sin embargo, para los Padres de la Iglesia en general, no se distingue claramente una Tradición apostólica de una tradición particular, lo cual se hará explícito con la llegada de la Edad Media.
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