Aldo Llanos
El tradicionalismo y la tradición ¿un problema? (I)
Los orígenes
Hoy en día, en diversas plataformas digitales por Internet se están volviendo cada vez más notorios los contenidos producidos por actores de conocimiento que se autodenominan como “tradicionalistas” o simplemente “tradis”. Pues bien, el hecho más reciente que mayor visibilidad les ha dado, fue el revuelo causado a raíz de los comentarios de dos sacerdotes que se autodenominan como tales, quienes pidieron en su programa rezar para que el Papa “se vaya al cielo”. Inmediatamente, diversas páginas de línea editorial progresista los criticaron por varios días con el añadido de remarcar la negatividad del término “tradicionalista”.
Independientemente de la falta cometida, falta que también fue señalada por numerosas personas que no son progresistas ni por asomo, bien vale realizar un repaso sobre lo que significa “tradición” para intentar bosquejar una lectura más cabal de lo que implicaría ser “tradicionalista”.
La tradición, en su comprensión religiosa, ha sido ampliamente estudiada por la antropología cultural (Malinowski, Boas y Lévi-Strauss) y la sociología (Tönnies, Bellah y Berger), además de la propia teología, pudiéndose determinar que esta es propia de toda comunidad de seres humanos que viven en un mismo lugar por generaciones. Cuando ello ocurre, la tradición vivifica el aprendizaje social en el presente, manteniendo vínculos con los conocimientos del pasado proyectados siempre hacia el futuro.
Cuando hablamos de “tradicionalismo”, estamos hablando de una tradición que proviene desde los orígenes del cristianismo el cual se enraíza en la tradición judía. En efecto, los primeros cristianos alimentaban su fe, entre otras cosas, de los textos del Antiguo Testamento, así como de normas y ritos con la que se buscaba preservar la fidelidad a Dios. Esa fidelidad hizo posible, la aparición del Nuevo Testamento.
El mismo Jesús inició su ministerio dentro de la tradición, aunque fuera para darle “su forma plena”, presentándose como un “maestro” (rabbí). Y aquí puedo remarcar un punto muy importante cara al desarrollo de esta y las próximas entregas: El mismo Jesús, fue muy celoso en purificar la Tradición para que esta no sea “la tradición de ustedes” (Mateo 15, 1-9) o “tradición de hombres” (Marcos 7, 1-13).
No se trataba de seguir una tradición por más que esta esté vigente o sea comúnmente aceptada, lo más importante, es que esta sea verdaderamente una tradición conforme al corazón y al deseo de Dios para los hombres (Mateo 28, 19-20). Por ello, no se puede denostar o minusvalorar la Tradición, sino, se trata de ser fiel a Dios por y en esta. En ese sentido, la tradición es un cuerpo vivo y dinámico y no un fósil que se preserva en un museo.
Así fue como lo entendieron los primeros cristianos, empezando por San Pablo, quién pide preservar la tradición que él mismo les ha transmitido (1 Corintios 11, 2). La palabra griega que utilizará el apóstol de los gentiles es paradoseis que es mucho más rica en contenido que la palabra Tradición en castellano, dado que aquella implica no sólo la transmisión de determinados hechos históricos sino también, la conciencia de la presencia continua de Dios en esta sin límites temporales.
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