César Félix Sánchez
El secreto de la Navidad
¿Cuál es el mensaje teológico de la Navidad?
No sé tú, querido lector, pero quien escribe estas líneas no soporta en lo más mínimo la Navidad estilo Hallmark. Es decir, esa Navidad descafeinada, para el uso de laicistas medio alelados, ávidos de algo de «magia» y consumismo, sin ninguna referencia al Acontecimiento que dio origen a esta celebración. Casi un Año Nuevo chino, pero para el hombre-masa occidental, despojado de su tradición y carente de trascendencia.
Pero ¿cuál puede ser el mensaje teológico de la Navidad que incluso comprenderían agnósticos o ateos que y sea la razón para poder decir «¡Feliz Navidad!» de una manera auténtica, no con la misma hipocresía con la que se habla de «fiesta democrática» en los días de elecciones? El secreto está en el Evangelio según San Juan: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»
Con el cristianismo, todas las realidades humanas (como el trabajo, la vida familiar, etc.) se elevan en dignidad de forma exponencial. Dios se hace hombre y vive en una familia de gentes modestas, dedicadas al trabajo manual, lo que no supone para Él un radical envilecimiento pecaminoso, sino una gozosa elevación de lo humano hacia lo divino, por obra de un Dios que encuentra al hombre en su vida cotidiana.
De este gran gozo de los hombres ante esta buena noticia nos hablará la liturgia dentro de algunos días: ¡Alégrense los cielos y exulte la tierra ante la faz del Señor! (Ofertorio de la Misa de Medianoche de la Natividad del Señor), ¡Vieron todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios; canta a Dios, ¡oh tierra toda!” (Gradual de la Misa del Día de la Natividad del Señor).
La vida cotidiana se ha encontrado finalmente con la Eternidad. Los pastores, en medio de sus labores habituales, recibieron el anuncio de la boca misma de los ángeles, ministros de Dios altísimo, incluso antes que los contemplativos, que tuvieron que conformarse con interpretar un signo celeste, llegar tarde y casi traer a Herodes para que lo asesine.
El mundo ya no era un caos donde las fuerzas naturales hostiles eran alegorizadas como dioses zoomórficos o apasionados, sino un cosmos pleno de significación, en que habitaba el Ser. Podía, entonces, ser comprendido plenamente y convertirse en un ambiente que estimule tanto la acción práctica, como el obrar moral y la contemplación teórica.
Así que por eso –y muchas cosas más– ¡una feliz y santa navidad a todos los lectores de El Montonero!
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