Arturo Valverde

El Robespierre peruano

José Domingo Pérez y su “Reino del terror”

El Robespierre peruano
Arturo Valverde
10 de enero del 2019

 

La figura del fiscal José Domingo Pérez me recuerda a un personaje que emergió en la Francia de fines del siglo XVIII: Maximilien Robespierre. Un hombre que se alzó como uno de los líderes al consumarse la Revolución Francesa. Y que mientras tuvo poder, persiguió, juzgó y mandó a la guillotina a miles de franceses valiéndose de un discurso de moralidad y virtud.

Este hombre, junto a otros de su época, encabezó una tremenda persecución contra todas aquellas personas a quienes él consideraba enemigos o un peligro para la misión que este iluminado se había trazado. ¿Cuál era esa misión? ¿Cuál fue esa bandera de lucha? “Limpiar” a Francia. Con Robespierre, la mínima sospecha era suficiente para que alguien fuera considerado un traidor, espía o enemigo de su cruzada. Nadie estaba a salvo. Acusó a media Francia, hasta sin pruebas.

Al inicio, como suele ocurrir en un estado de desorden, Robespierre tuvo la aceptación del pueblo francés, que estaba harto de una monarquía y aristocracia opulenta y déspota que gobernaba de espaldas al pueblo. Robespierre usó la rabia de los franceses para ajusticiar a muchos. El pueblo aplaudía. Celebraba a su salvador. Fue tal su fama que los propios franceses lo apodaron “El incorruptible”.

¿Qué pasó con Francia? Sucedió lo que suele ocurrir en cualquier sociedad donde todos son sospechosos de todo. Nadie puede confiar en nadie. Todos son culpables antes que inocentes. El país cayó en el desorden, la anarquía, la incertidumbre. Hoy se dice: “vivimos en un clima de inestabilidad política”. Es lo mismo.

Como alguien tiene que poner orden, surge entonces el autoritarismo. La gente cree que ese hombre es firme, decidido, implacable; pero cuando se da cuenta está viviendo una autocracia, una dictadura, de la mano de un mediocre. Para ese momento, el pueblo ya perdió una cuota de sus derechos y libertades. A ese periodo en Francia, lo conocemos como el “Reino del terror”. Y el hombre que encabezó ese reino, Maximilien Robespierre, acabó muerto por la misma guillotina a la que envió a miles, como consecuencia del mismo ambiente que él había ocasionado.

En el Perú, se ha levantado una bandera: la bandera de la lucha contra la corrupción. Desde luego, todos queremos un país sin corrupción. Pero, ¿no será que al igual que pasó con Robespierre —quien justificaba sus actos bajo la idea de “limpiar” a Francia— se ha terminado usando esta bandera como un arma contra todos? Nadie está a salvo de pasar por la guillotina de José Domingo Robespierre. Hoy, el rostro del fiscal José Domingo Pérez aparece en polos y banderas, como símbolo de la lucha contra la corrupción, pero, ¿qué pasará después? ¿Quién sigue después de Chávarry?

Por último, diré que así como la Francia de la revolución tuvo un Joseph Fouché, en el Perú hemos tenido algunos, como Vladimiro Montesinos, que han pretendido emularlo. Son los hombres detrás del poder. ¿Seguirá siendo Montesinos el Fouché peruano o estamos ante el surgimiento de un nuevo Fouché que aún no muestra la cara?

En verdad, cómo me gustaría que en el Perú se leyera más. Quizás así no repetiríamos los errores de otros. Creo que estamos a tiempo.

 

Arturo Valverde
10 de enero del 2019

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