Eduardo Zapata
El rap de los idiotas
Millennials, vocabulario y comunicación
Es probable que usted lo haya visto en las redes sociales. Me refiero a un post que nos dice que si Cervantes empleó casi 23,000 palabras diferentes para escribir el Quijote, hoy un ciudadano medio utiliza 5,000. Termina el post haciendo referencia —en tono de burla— a cuántas palabras utiliza un rapero millennial. En tono de sorna se llega a decir que no serían más de 80, de las cuales la mitad pueden ser lisuras o interjecciones.
En primer lugar habría que precisar que no importa tanto el número de palabras que se utilizan o emplean, sino aquellas de las que dispone el hablante en su cabeza para codificar un mensaje. En segundo lugar, reducir la comunicación a la palabra —y, por añadidura, solo a aquella escrita— es desconocer la existencia de otros lenguajes que hoy adquieren singular importancia: la imagen, la música, la propia gestualidad, y el ritmo y la rima. Lenguajes que habían sido silenciados en el papel impreso. Y en tercer lugar, cabría subrayar que un principio que regula tanto la comunicación lingüística como la no lingüística es el principio de economía del lenguaje: con menos, más. Desde la estructura misma del lenguaje hasta su propio uso, exceptuándose —claro está— las construcciones literarias.
De modo que la reducción de vocabulario en una persona no significa necesariamente un empobrecimiento de la comunicación. Así como tampoco un vocabulario amplio y el empleo de un gran número de palabras garantiza comunicación. A este punto cabe preguntar qué tipo de mundo han heredado los idiotas millennials de parte de los que los adjetivaron así. Acaso —y lo hemos dicho ya— no es un mundo físicamente agotado por los problemas medio ambientales; y política, social y económicamente urgido de profundas reformas.
“Pena de muerte para los uxoricidas”. A pesar de que vivimos un incremento deplorable y asqueante de la violencia contra la mujer, y a pesar de que muchas de las mujeres que mueren víctimas de esta violencia son asesinadas por sus propios esposos, el titular de un diario que contenga la palabra uxoricida no sería comprendido por el público y acaso no figure tampoco en el vocabulario del periodista encargado de poner titulares.
Ciertamente el rap de los idiotas millennials pone de manifiesto una dramática disminución de vocabulario en la gente. Pero pone de manifiesto también la importancia de otros lenguajes que habíamos aprendido a olvidar.
No es este el espacio para hablar de las proximidades entre oralidad y electronalidad. Están hermanadas en gran medida por las grandes similitudes que hay en el modo en el que los electronales y los orales producen sentido para codificar/decodificar el mundo, tema que hemos visto en los últimos tres artículos de esta columna. El rap es precisamente una revitalización electronal de una vieja práctica y tradición oral africana.
Pero es un hecho la disminución de vocabulario. Y con ello la merma de posibilidades expresivas. En parte está condicionado por la propia electronalidad, pero aún —viviendo dentro de ella— la merma es atribuible a una educación que no ha sabido poner en valor los diferentes lenguajes. Por su unilateralidad hacia lo verbal escrito y el desdén hacia lo otro, el adjetivo idiotas no sería atribuible entonces solamente a los millennials.
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