Luis Hernández Patiño
El Perú está de cabeza
Las cosas se ven y se interpretan al revés
Sobre nuestro país se dicen muchas cosas. Por ejemplo, que es un mendigo sentado en un banco de oro; o también un enfermo, al cual por donde se le ponga el dedo le sale pus. Pero ese tipo de calificaciones no van más allá de ser una especie de chicle que se escucha masticar de generación en generación. Ante la seriedad de nuestra situación, calificaciones como esas no son suficientes para explicar lo que en realidad ocurre con nuestro país.
¿Qué le sucede al Perú? Está de cabeza, y las causas de ello no son pocas. En parte, se debe a lo incipiente e inestable de nuestras instituciones. La ausencia de una sólida organización social contribuyó a la generación histórica de las condiciones para que nuestro país se vaya torciendo. Y qué duda cabe, los sucesivos golpes de Estado, que tanto daño le han hecho a nuestra conciencia nacional, hicieron también lo suyo para terminar de poner al Perú al revés.
La polaridad del sentido común se ha invertido entre nosotros. Por eso, en campos como el de la política, las cosas muchas veces se ven y se interpretan en un sentido contrario. Así, lo bueno puede pasar fácilmente como malo. Por el contrario, lo malo puede ser presentado, y peor aún, es aceptado como bueno.
Entonces pues, no es tan complicado que se aplauda a los corruptos, como si estos fuesen sanos y sagrados; y de otra parte se linche a personas contra las que no hay pruebas concretas de corrupción, para sentenciarlas de una buena vez. Asimismo, no es nada complicado que acuerdos lesivos para nuestro país, sean considerados como algo muy beneficioso, digno de ser defendido a capa y espada; mientras que cualquier intento de defender los genuinos intereses del Perú es visto por la masa como un acto obstruccionista, antipatriótico e incluso “inmoral”.
El doble lenguaje e incluso el doble pensamiento, del que George Orwell habla en su novela 1984, se ha ido instalando en nuestra mentalidad colectiva, como si fuese un virus cultural. Y ello es más que preocupante, porque entonces la posibilidad de entrar en razón cada vez se aleja más de nuestro medio social. Llega un momento en el que un buen número de miembros de nuestra sociedad ya no logra distinguir entre lo que es cierto y falso.
De cabeza, con el sentido de las cosas totalmente al revés, obnubilado por la propaganda, ideológicamente adormecido, el Perú está a merced de lo que hoy podría definirse como lo “corruptamente correcto”. Y ello debería ser suficiente motivo como para quitarnos el sueño o sacudirnos de la indiferencia, porque lo corruptamente correcto no representa más que la imposición de parámetros estructurales que favorecen y sustentan el dominio político de una minoría privilegiada, cuyo lujoso apetito financiero parecería insaciable. Si el Perú se pusiera de pie, dicha minoría mercantilista dejaría de hacer grandes negocios y no podría alcanzar su caro anhelo de condenar a la mayoría de miembros de nuestra sociedad a la condición de siervos o vasallos suyos. Por eso, dicha minoría hace lo que sea para que nuestro país no se levante.
Entonces resulta indispensable enderezar al Perú. ¿Difícil tarea, no? Para lograrlo es necesario tener presente algunos criterios fundamentales. El primero de estos es que para poner y sostener de pie al Perú no basta con el crecimiento económico; menos aún si este se sustenta en reformas truncas o inconclusas, como ocurrió en los años noventa. Al respecto, la experiencia habla por sí misma.
Además de una economía dinámica y libre de monopolios, nuestro país requiere contar con las condiciones para incentivar el auténtico desarrollo de los miembros de nuestra sociedad en lo material, pero también en lo espiritual. Dicho desarrollo debe sustentarse en el marco del derecho natural, cuyo respeto y plena vigencia deben ser celosamente resguardados por el Estado.
Si no se le da vigencia plena al derecho natural, si no se dan las condiciones jurídicas, políticas y económicas para el desarrollo humano de los miembros de la sociedad, desde el instante de su concepción, va a ser muy complicado que nuestro país deje de estar de cabeza. Seguiremos al margen del verdadero avance, creyendo que el atraso es progreso, que lo más retrógrada es revolucionario.
El tremendo reto que nuestra realidad nos plantea está a nivel de Estado. Sin embargo, la decisión para enfrentar semejante reto está en nosotros, en nuestra disposición para dejar de lado la indiferencia e intervenir en la gestión pública, según las capacidades y conocimientos de cada uno de nosotros. No permitamos que el Perú siga de cabeza por obra de nuestra inacción.
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