¿El miedo y la cobardía favorecen a la delincuencia?

Eduardo Arana, ministro de Justicia, dijo que las extorsiones avanzan porque “(los extorsionadores) llaman a una infinidad de personas y algunos aceptan por miedo”. Tendría razón, pero es ridiculizado porque las verdades lastiman y, por lo tanto, deben ser ocultadas para “no dañar susceptibilidades”. Y así, la negación de esta realidad no se ha dejado esperar. 

Es el mismo miedo y cobardía que dio paso a las primeras extorsiones. Fue en el sector construcción hace más de 20 años. Ya lo contamos antes. El sector inmobiliario se consolidaba gracias al Capítulo Económico de la Constitución de 1993, que redujo la pobreza de la población de 60% a 20% y generó en las zonas rurales nuevas clases medias. Entonces, por primera vez el sistema financiero ofreció facilidades para acceder a créditos hipotecarios. El sueño de la vivienda propia se hacía realidad para una extensa mayoría. Con el crecimiento económico y las perspectivas de mejorar todavía más, aumentaba la capacidad de pago de vastos sectores de la población. 

Sin embargo, el lado oscuro de este escenario de recuperación social y económica lo traía el sonsonete “el miedo se acabó”, inventado por los comunistas con el fin de desafiar al Gobierno de Alberto Fujimori. La criminalidad tan latente en este Perú de moral liviana encontró su oportunidad. Sin rechazo, los extorsionadores se abrían paso. Sin mayor análisis y recurriendo a la simple observación, los delincuentes conocían el talón de Aquiles de la mayoría. A los inversionistas no les importaba la integridad de la sociedad. Accedieron a los requerimientos de los criminales disfrazados de obreros. Supuestos trabajadores de construcción civil asaltaban obras, exigían cupos y puestos laborales para sus “afiliados”. Presionaron poniendo de cabeza en cilindros de agua a capataces y encargados de obra para ridiculizarlos, para la burla de sus trabajadores. 

La condenada “televisión basura” –a su vez primera en sintonía– contribuía grandemente a la degradación social. La masa mal entretenida caía en la trampa. En lugar de edificar una sociedad sujeta a valores morales y sociales, ciertos medios comenzaron a promover un país de gente floja, dispersa, banal, confundida, acobardada, adormecida; incapaz de organizar bloques de autodefensa experimentados en el interior para enfrentar al terrorismo senderista. Perú comenzaba a ser dominado por avispados y pendencieros. ¿Cuántos fueron estafados por intermedio de llamadas telefónicas engañosas? ¿A cuántos más les tocaron la puerta y con cuentos les robaron en sus narices? ¿Tiene razón, entonces, el ministro de Justicia? 

Como sociedad no estamos preparados para guerrear contra la criminalidad ni contra los enemigos ideologizados que pretenden someter al país. Esa “naturaleza pecaminosa del hombre”, presente en cada rincón, está organizada, es más ambiciosa y despiadada, y ha roto todos los límites y códigos que se creían existentes. Mujeres, niños y ancianos son atacados por igual. Esta criminalidad extendida se burla del país a pierna suelta en los penales. La suspicacia, la malicia y la desconfianza incorporadas en el alma de los peruanos no bastan para detener a los agresores. 

En este escenario de desdichas, un Estado de derecho ha sido armado a la medida de los criminales y en contra de los ciudadanos. Es absolutamente inadmisible el encarcelamiento de policías por usar sus armas contra los delincuentes. Mata la moral de la institución policial, reduce las posibilidades de lograr victorias contundentes contra el crimen organizado; y hasta se llega a azuzar en contra de la policía. El propósito político está vinculado al comunismo. Así de simple.

¿El desborde de la criminalidad traerá reacciones populares más violentas? Veremos.