Humberto Abanto
El mayor engaño del diablo
Fue un error creer que el sistema no tenía fallas
I
Fue Charles Baudelaire, el célebre poeta maldito, quien acuñó la espectacular sentencia: “El mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe”. No le faltaba razón. Nunca se es más vulnerable al impacto de una fuerza, cualquiera que esta sea, que cuando se cree que ella no existe. Latinoamérica lo está sufriendo en carne propia.
El vandalismo que destruyó propiedades públicas y privadas, y las enormes manifestaciones de Chile han sorprendido al mundo. Aunque no tendrían por qué hacerlo, en realidad. Durante décadas, después de la dictadura pinochetista, el vecino del sur creyó que había ingresado en una situación cuasi del primer mundo que la diferenciaba de los demás pueblos de la América morena y lo hacía inmune a la desestabilización que promueve el comunismo.
Absurdamente todos hemos cerrado los ojos a la presencia de la fuerzas del marxismo, que hoy se llaman de distintas maneras, pero que se reúnen todas en el Foro de Sao Paulo para conjugar estrategias y tácticas en pos de prevalecer en el Nuevo Mundo. Ha sido el erróneo sentido común de que el triunfo de las libertades económicas era suficiente para protegernos del embate de los enemigos de la libertad que prometen una igualdad que con ellos nunca llegará.
Los hechos, sin embargo, han sido constantes y persistentes en desmentir nuestra ingenuidad. Una y otra vez, los enemigos de la democracia se han encaramado en el poder y destruido la democracia en distintos países, lamentablemente con igual efectividad. Allí están Venezuela y su desastre humanitario; Bolivia y la cuarta reelección de Evo; Ecuador y la poderosa sombra de Rafael Correa cirniéndose sobre Lenin Moreno; Argentina y el retorno del kirchnerismo; Nicaragua y la ya desembozada dictadura de Daniel Ortega; Brasil y el poder de Lula desde la cárcel; Perú y el golpe populista autoritario en combinación con el comunismo de distintos pelajes; y hoy Chile con el levantamiento que todavía carece de rostro, pero que pronto lo tendrá.
II
Hace treinta años fue demolido el Muro de Berlín y bajo sus escombros quedó la distopía comunista que se extendió desde la Alemania oriental hasta el Mar de Behring y que dejó tras de sí decenas de millones de personas asesinadas, encarceladas, perseguidas y que llegó a la ignominia de asesinar con armas de largo alcance a seres humanos inocentes por el crimen de huir de un sistema político que los privaba de toda libertad. La victoria que permitió descorrer la Cortina de Hierro hizo creer, hasta hoy, que el comunismo había dejado de existir. Sin embargo, sus diversas manifestaciones se las han arreglado para desmentir tan optimista conclusión.
El comunismo no ha muerto. Al igual que todos los males ha mutado, haciéndose inmune a los remedios que ayer se emplearon contra él. Simultáneamente, aprovecha las debilidades del cuerpo que apresta a invadir. Pero, entre ellas, la primera y más grande, a saber, la incapacidad de construir una Cultura de la Libertad que lograra poner en la mente de cada conciudadano nuestro el poder de decidir nuestro propio destino por encima de cualquier otra cosa.
La victoria del mercado se estimó suficiente para derrotar al comunismo. Se repitió como un mantra que la ley de la oferta y la demanda asignaba los recursos mejor que las decisiones burocráticas, y se supuso que con ello bastaría para tenerlo a raya por siempre. Se olvidó, no obstante, que la promesa de igualdad a cualquier costo siempre será seductora, especialmente para aquellos a los que deliberadamente se olvidó en medio de un sistema económico que terminó consagrando la ley del más fuerte.
Todos olvidamos que el capitalismo impío es comparable a la maldad y que si la revolución burguesa triunfó no fue solo por la potencia económica de la burguesía, sino por la aparición del maravilloso ideario de la Ilustración que, pese a las fallas y limitaciones propias de su tiempo, fue capaz de llevar como pendón el ideal de la libertad.
Con estéril jactancia, pensadores del vuelo de Francis Fukuyama proclamaron el Fin de la Historia, cuando únicamente se había cerrado un capítulo en la dialéctica entre la libertad y la igualdad que con astucia digna de mejor causa impulsa el comunismo.
III
En el Perú, el odio político fue capaz de permitir la reescritura de nuestra historia reciente. Los crímenes del movimiento terrorista más sanguinario del mundo, el Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso, fueron vueltos a contar de una manera distinta. En un proceso lento de rediseño de los acontecimientos, las fuerzas del orden fueron equiparadas con las fuerzas del terror, por los hermanos ideológicos del terrorismo que tuvieron mayoría en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR).
Hannah Arendt, tal vez la más profunda estudiosa del totalitarismo, subrayó la capacidad que tienen los movimientos totalitarios para reescribir la historia. El comunismo peruano no es una excepción. Con magistral destreza ha logrado transformar en un conflicto armado interno el brutal e inclemente ataque terrorista que sufrimos desde el 17 de mayo de 1980 hasta el 12 de setiembre de 1992, por lo menos.
Todo ello a despecho de que los Tribunales Penales Internacionales para la ex Yugoslavia y para Ruanda, en las sentencias de los casos Dusko Tadic y Jean Paul Akayesu, dejaron claramente establecido que las insurrecciones de corta duración y baja organización, el bandolerismo y el terrorismo no configuran un conflicto armado interno. Este último, en particular, porque viola el principio de diferenciación y la prohibición de ataques a infraestructura básica, que forman parte esencial del Derecho Internacional Humanitario (DIH). Ambos tribunales fueron enfáticos en señalar que quien viola los principios y las reglas del DIH no puede reclamar su protección.
Algún ignorante con ínfulas de sabio ha querido refutar la crítica a la calificación de conflicto armado interno, ironizando en el sentido de que lo vivido en aquel tiempo fue un conflicto, fue armado y se dio al interno del país. Una ironía repelente según la cual los asaltos bancarios de organizaciones criminales como Los Destructores también serían un conflicto armado interno. O los ataques de Pablo Escobar en Colombia. Huelga decir que quienes pugnan por esta calificación son los mismos que pelean por indultos humanitarios para condenados por terrorismo y los guarecen en sus organizaciones.
IV
La reescritura de la historia reciente del Perú ha llegado a los colegios y la currícula educativa, tomando el relato de la CVR como verdad revelada y propagándolo entre nuestros jóvenes que ignoran los peligros del comunismo y su credo de odio y persecución. Pero, no solo el Estado y los sucesivos gobiernos tienen la culpa de esto. Los partidos políticos democráticos, al igual que los del resto del mundo ante la demolición del Muro de Berlín, cesaron en su prédica contra el comunismo y se dedicaron a administrar un modelo económico que fue innovador en sus comienzos, pero retardatario dos décadas después.
Así, mientras los llamados a defender las libertades se complacían con la dimensión económica de ellas y se engolosinaban con las cifras macroeconómicas, se dejó de lado el cuidado del ambiente, la protección al trabajador y la atención a quienes nunca podrían estar en condiciones de competir, así como la preparación para la competencia a quienes sí podían afrontarla. Todos fueron dejados en las ciegas manos del mercado, cuya tarea no es hacer justicia.
La crisis económica del 2008 mostró la desvergüenza de los administradores del modelo. Una banda de pillos produjo la crisis más grande de la historia de la humanidad y quebró países enteros tras su carnaval de ciega codicia, arrasando con las ilusiones y los sueños de millones de seres humanos. El mundo desarrollado aún no se repone de ello y los países subdesarrollados perdieron la velocidad de crecimiento que necesitan para salir de su postración. Internamente, los empresarios insistieron en que la lucha por la competitividad pasa por despojar a los trabajadores de sus derechos, en lugar de por una mayor inversión en su capacitación y actualización para que produzcan cada vez más y mejor. Nadie ha propuesto mejorar la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas, que siguen en el mismo modelo de los sesenta. Toda mejora empresarial debe hacerse con el sacrificio del trabajador.
V
Sí, el comunismo ha tenido éxito al aplicar el mejor truco del diablo y hacernos creer que no existe. Hoy viene a llevarse nuestros países. Por supuesto que debemos darle pelea. Sin embargo, no es su solo mérito. Ha contado con la generosa contribución de quienes, entregados a la pueril satisfacción que les brindaban mercados imperfectos, se negaron a construir un capitalismo moderno y con visión de futuro.
Mientras el brazo privado del Fondo Monetario Internacional (FMI), desde principios de siglo, solo financia proyectos económica, social y ambientalmente rentables, esas reglas no fueron asumidas por los gobiernos, que permitieron la depredación económica, social y ambiental de un capitalismo salvaje que hoy comienza a pagar sus facturas atrasadas.
La lucha contra el comunismo, por tanto, no puede ser la ciega represión a todos aquellos que pugnan contra los ostensibles defectos del sistema. Por el contrario, tiene que dar cuenta de ellos y proponer su inmediata solución, para arrebatarles esas banderas a los que desean destruir las libertades económicas, primero, y las libertades fundamentales, después. Chile nos muestra hasta dónde pueden llegar los países que, envanecidos por sus grandes cifras, olvidan corregir su sistema en beneficio de los más pobres y el peligro de que el lobo con piel de oveja del comunismo tome a las juventudes para que abracen una distopía que no tiene más destino que la tiranía de un partido y la liquidación de toda diferencia.
Fue un engaño creer que el comunismo ya no existía, es verdad. Pero, fue peor creer que el sistema no tenía fallas.
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