Jorge Valenzuela
El libro infinito
Breve historia de la gestación de Rayuela de Julio Cortázar
Ahora que Julio Cortázar acaba de cumplir cien años de nacimiento, permÍtanme rendirle un homenaje personal a quien considero una de las cimas inalcanzables del talento humano. Para tal efecto, me referiré a su novela más emblemática, Rayuela, y a un aspecto central relacionado con ella, id est, la forma en que fue concebida. Las citas entrecomilladas harán referencia a fragmentos de la correspondencia con Jean Barnabé y Paco Porrúa, su editor en Sudamericana.
Siempre me impresionó el modo en que Cortázar produjo su más famosa novela. Escucharlo decir en una entrevista que, mientras escribía Rayuela, ir a comer o tomarse una sopa eran actividades “literarias” y por ello artificiales, mientras que lo otro, la literatura, era lo verdadero, me resultó tan conmocionante como original. ¿Quién fue pues Julio mientras escribió su novela? ¿En quién se convirtió mientras escribía Rayuela?
Desde 1958 Cortázar tiene la idea de escribir una novela que, desde la incertidumbre en la que se encuentra, será “me temo, bastante ilegible”. Eso es lo que le escribe a Jean Barnabé en una carta del 17 de diciembre de ese año. Pero no solo eso, piensa en un texto diferente a lo que solía entenderse tradicionalmente por novela. Piensa en un texto que fuera, más bien, “una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas”.
Esta actitud, este deliberado no saber, sin embargo se sustenta en una convicción de autor. Cortázar lo dice del siguiente modo: “cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco”. Inmediatamente después, se lanza al vacío de la creación con la sola idea de “tentar a romper los moldes en que se petrifica ese género”.
En ese momento ya está harto de escribir cuentos canónicos o, cuentos estructurados, como él los llama y piensa que seguir escribiéndolos sería una estafa para él mismo y para el lector. Lo que quería era precisamente desestructurarse “para ver de alcanzar, no sé cómo, otra estructura más real y verdadera”; “bajar al laboratorio central y participar en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas”. Solo se siente satisfecho con lo que ha hecho en “El perseguidor”, relato esencial para comprender la experiencia de Rayuela.
Hacia mayo de 1960 Cortázar se siente autor y lector de lo que va escribiendo, tarea que, mientras escribe Rayuela, se convertirá en parte esencial de su trabajo, tarea que, por lo demás, todo escritor debería considerar esencial (me refiero a los aspectos de la recepción narrativa) si está interesado en renovar el género de la novela en sus términos más serios.
Cortázar empieza por varias partes, (de hecho lo primero que escribe es el capítulo 41) como si el texto fuera una casa con muchas puertas por las que se puede entrar, pero sobre todo salir. Escribe “sin tener la menor idea de todo lo que iba a escribir, antes y después”. Escribe, según él, episodios que vagamente intuye se corresponderán con el “final”, luego atiende al hecho de que lo escrito se corresponda con el “principio” o el “medio” y si es el caso modifica lo ya elaborado y entonces vuelve al proceso de reescritura. Este proceso será central en la gestación de Rayuela y explicará, en cierto modo, el sistema de referencias en que se sustenta el libro. La novela es, pues, en esencia, una novela reescrita.
Cuando en 1961 termina la novela, le confiesa a su amigo Jean Barnabé que escribiendo Rayuela “se ha hecho pedazos a sí mismo de tantas y de tan variadas maneras, que por lo que a mí persona se refiere ya no me importaría morirme ahora mismo. Sé que dentro de unos meses pensaré que todavía me quedan otros libros por escribir, pero hoy, en que todavía estoy bajo la atmósfera de Rayuela, tengo la impresión de haber ido hasta el límite de mí mismo, y de que sería incapaz de ir más allá”.
En agosto de 1961 cuando le informa a Paco Porrúa que ha terminado la novela le dice que “la está poniendo en orden, es decir, desordenando de acuerdo con unas leyes especiales cuya eficacia se verá luego… cuando relea todo el texto”. Es el momento en el que tiene la certeza de que está frente a un libro infinito al cual “le puede seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir”. Esta idea y posibilidad del libro infinito rompe con la novela con comienzo y fin, y cancela de una vez, el paradigma de la novela tal como era concebida hasta entonces.
Finalmente, cuando tiene que entregarle a Porrúa el manuscrito final de Rayuela se siente mal y considera que es mejor separarse brutalmente de la novela, tal como a veces sucede cuando es necesario separarnos de algo que amamos, pero que nos hace daño. En realidad no ve otra forma de hacerlo. La novela se publica el 28 de junio de 1963. Lo demás es historia conocida.
Por Jorge Valenzuela
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