Felipe Tudela
El karma antifujimorista
Una derecha que aceptó y difundió las narrativas de izquierda
La situación por la que estamos atravesando en esta segunda vuelta, entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, no es un hecho casual ni un acto de ‘’mala suerte’’, sino el resultado de un conjunto de decisiones colectivas que ha tomado la nación en los últimos 20 años. Decisiones que nos han llevado a este escenario tan catastrófico como consecuencia del karma antifujimorista.
La palabra sánscrita karma se define literalmente como "acto" o "acción". Y las acciones mismas, para que tengan algún tipo de peso moral, surgen de las intenciones. De modo que lo kármico, la calidad de una acción y cómo –por tanto– conduce a un resultado particular, no depende de la acción en sí misma, sino principalmente de la motivación. Así, el karma es esencialmente un acto de la mente. Incluye las propiedades de nuestros pensamientos, palabras y acciones; y las causas y efectos que trascienden los límites del individuo, la vida y la muerte. Todo lo cual se ha acumulado para llevarnos a este momento actual de nuestras vidas.
Los responsables del karma en el cual nos encontramos no son los izquierdistas ni los caviares, ni los indecisos que no saben si votar en blanco; pues ellos tienen sus propias estructuras morales que los llevan a inclinarse por esas políticas, y esto es algo a lo que tienen derecho absoluto. La culpa tampoco la tienen las personas que no necesariamente son de izquierda pero que se vieron negativamente afectadas por el fujimorismo de los noventa, como por ejemplo los familiares de las víctimas de La Cantuta y Barrios Altos, pues es natural que sientan antipatía por el apellido Fujimori.
La culpa kármica la tiene esa ‘’derecha’’ acomodada, pseudo-centrista, blanda, ignorante y frívola que a lo largo de dos décadas han prosperado gracias a las políticas económicas de la Constitución de 1993 y que, al mismo tiempo –para quedar bien en cócteles, fiestas y círculos pseudo-intelectuales– han despreciado al fujimorismo de los noventa. Ellos aceptaron la narrativa de la izquierda, enfatizaron siempre lo negativo del gobierno de Alberto Fujimori (y a la vez negando todo lo bueno que dicho gobierno ofreció al Perú), redujeron la política a modelos económicos e ignoraron los valores y principios en los cuales estos se apoyan.
A mí realmente me ha sorprendido cuánta gente ha revelado y confesado que nunca tuvieron ni la menor idea de qué es la izquierda y la derecha, y se declaraban –no obstante– de ‘’centro’’. Pero ¿cómo se puede ser de centro si no conoces los elementos que componen el espectro político? Te llamas de centro para quedar bien, porque eres muy flojo para informarte y muy cobarde para tomar un bando. Eres de ‘’centro’’, pero no tienes ni la menor idea de donde estás parado en el mapa político.
La palabra ‘’idiota’’, en su sentido etimológico, se aplica perfectamente a estas personas. El origen etimológico de la palabra, que llegó al español a través del latín idiota, que a su vez derivó del griego ἰδιώτης (idiotes), empezó usándose en Grecia para referirse a un ciudadano privado y egoísta que no se ocupaba de los asuntos públicos de la polis griega. Platón decía: ‘’El precio de desentenderse de la política, es ser gobernado por los peores hombres’’.
Irónicamente son estos ‘’centristas’’ los que ahora defienden y hacen propaganda para votar por Keiko de forma desesperada en su círculo enano en redes (que piensa igual que ellos). Al igual que en la fábula de la liebre y la tortuga, la ‘’derecha’’ nacional –como la liebre– está tratando de ganar la carrera a último minuto, después de haber tomado una frívola siesta; mientras que la izquierda se ha comportado como la tortuga, con sus objetivos claros, avanzado lentamente a la meta gracias a la complicidad de los tibios.
Al haberse denostado al fujimorismo como opción política a lo largo de 20 años, no es una sorpresa que ahora muchas personas estén ‘’locas’’ y no quieran votar por Keiko. Parece que el destino del Perú se juega en esta elección y que muchos esperan que Keiko nos salve a último minuto de un régimen del “socialismo del siglo XXI”. Pero qué difícil resulta revertir una narrativa de dos décadas en treinta días.
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