Cecilia Bákula
El Instituto Sanmartiniano y el bicentenario nacional
Una loable labor para el mejor conocimiento de nuestra historia
Como lo he mencionado muchas veces, estas fechas de reflexión nacional y de oportunidad para afirmar la identidad, acercarnos a la comprensión de nuestra historia, han pasado, desde la perspectiva oficial, totalmente inadvertidas. Es como si hubiera la consigna de que ese 1821 no se recordara y se nos metiera en el alma, equivocadamente, que no había nada positivo que recordar.
A ello se agregó el trasnochado y erróneo mensaje pronunciado el 28 de julio, en el que bajo la apariencia de una visión “liberadora” se hizo gala de falacias históricas, pretendiendo afirmar en la mente de muchos peruanos conceptos equivocados respecto a nuestra riquísima esencia cultural e histórica; rica por mestiza, rica por diversa, rica por plural y milenaria. Nada de ello dignifica; más bien nos minimiza y nos hace ver como si hubiéramos vivido 200 años de inexistencia, lo que es del todo falso y peligroso como enunciado.
Y en ese conjunto de inacciones y errores destaca con luz propia la labor que ha venido desarrollando el Instituto Sanmartiniano del Perú. Cierto es que en las efemérides recientes el personaje central, qué duda cabe, fue don José de San Martín; pero una cosa es la importancia de su individualidad y su gesta en América, y otra es el olvido con el que la sociedad contemporánea quisiera castigarlo. Ante esa indiferencia y olvido, el Instituto que lleva su nombre ha realizado, en solitario, una denodada labor para reivindicar no solo la imagen del individuo, las características de la personalidad y los valores e ideas que propulsó, sino también el arrojo de todos aquellos que, a su lado, pusieron el pecho, la vida y los ideales por la independencia del continente.
Muchas acciones se han llevado a cabo, con pequeñísima y mezquina repercusión. Desde la escenificación de la misma proclamación, hasta las sesiones solemnes en el propio Instituto, la labor por la emisión de sellos postales, la realización de exposiciones virtuales con visitas guiadas a los interesados, el reconocimiento a ciudadanos ilustres asociados a estos hechos bicentenarios y la difusión del pensamiento sanmartiniano, entre otras muchas acciones que implican una labor editorial constante y silenciosa.
Yo me he declarado siempre proclive a la imagen y a la poderosísima personalidad y genialidad de Simón Bolívar. Pero haría mal en desconocer no solo la valentía y el tesón de San Martín y de entender los momentos de cada uno de estos dos gigantes de América. Y sobre todo no me permitiría a mí misma desconocer lo hecho por el argentino. Y mucho menos la labor de quienes hoy, 200 años después, hacen denodados esfuerzos para que la memoria colectiva siga viva, para que los ciudadanos reconozcamos y valoremos a nuestros fundadores; y para que los peruanos no permitamos que, cual golpe de barato plumero, se nos quiera borrar del recuerdo hechos importantes que han de estar en la base de nuestra memoria histórica. Y esto nada tiene que ver con la valoración o el juicio a los acontecimientos, tiene que ver con que la historia es tal cual sucedieron los hechos y no puede estar sometida a interpretaciones antojadizas y tendenciosas.
Es por ello que con humildad rindo un homenaje a la labor que ha realizado el Instituto Sanmartiniano del Perú, en la persona de su presidente, el Magíster Juan Augusto Fernández Valle, y a todos los que integran esa institución que sobrevive por la pasión de sus miembros y por el compromiso que tienen respecto al valor de la historia, del conocimiento de nuestro pasado y la vocación docente que cada uno desempeña desde su propia cantera. Digno reconocimiento merecen quienes en el silencio discreto, trabajan como los más grandes por el país.
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