Guillermo Vidalón
El envilecimiento del espacio público
Ya no priman las ideologías ni el pragmatismo
El escenario de la actividad política se da en torno a la preocupación sobre el “espacio público” y la “cosa pública”. Dicha preocupación se expresa en el diseño de lineamientos de acción para definir qué es lo mejor que se puede hacer para satisfacer las aspiraciones del mandante, en este caso los ciudadanos.
No obstante, lo que sucede en la actualidad es que la política, ejercida por la clase política, se ha distanciado de la preocupación por la “cosa pública”, lo “colectivo” inherente a la ciudadanía entre pares; y se ha transformado en el envilecimiento de la política, que opera en función al interés personal o de grupo. Por ese motivo, las ideologías como conductoras del accionar de la clase política han dejado de tener relevancia. Ni siquiera prima el pragmatismo para hacer lo mejor o más oportuno en función al interés público, sino que se ha dirigido al interés personal más rampante.
Sin embargo la ciudadanía sabe que es necesario que alguien la represente, que no es posible reunir a millones de personas para consultar cada acción de gobierno. Por eso surge la teoría de la delegación del poder por medio de representantes, quienes deben ser los transmisores del interés ciudadano por el “espacio público”. Y el mandante solo ejercería el poder en cada elección, las cuales se suelen realizar cada cierto periodo de años.
Empero, el ciudadano y el conjunto de la población sí se preocupan por lo “público”. Un ejemplo reciente es la clasificación al Mundial de Fútbol Rusia 2018, que siendo un acto en estricto no político, concitó el interés de todos en favor de un objetivo común. La reivindicación del sentimiento postergado de peruanidad, tras 36 años de alejamiento del certamen futbolístico internacional, y la recuperación del interés por aquello que nos une y que en las canchas, frente a un rival que persigue el mismo objetivo, no deja opción de corruptela alguna. Más allá de las artes de birlibirloque que a veces se juegan en las mesas de alguna federación.
Por otro lado, la informalidad, aquella que conscientemente se aleja de la “legalidad”, también lo hace rebelándose ante un sector de la clase política, preguntándose ¿para qué pagar impuestos si gran parte de la riqueza que generan va a terminar muy distante de la debida atención del “espacio público”?
La política —gracias a la conducta cotidiana y repetitiva de nuestra clase política— ha abandonado su razón de ser para constituirse en una nueva ficción, en la que prima la apariencia de preocupación por la “cosa pública”. Y en la que, lamentablemente, el ciudadano peruano parece haber aceptado esa nueva realidad, dejando que el espacio público termine envilecido por los “políticos”. Por eso, buscan medios de escape autocongratulatorios, como vendría a ser la clasificación al mundial.
Recordemos la frase desafiante y lapidaria de Anthony Hudson, entrenador de la selección de Nueva Zelanda: “¿Qué pasa si el Perú pierde? Mañana será desastre nacional”.
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