Pedro Corzo
El ejemplo de Bolivia
La segunda vuelta de las elecciones ecuatorianas
Muchos afirman que los pueblos tienen el gobierno que se merecen, y que los capitalistas gustan vender la soga con la que serán colgados. Es evidente que ambos criterios se sustentan sobre ejemplos concretos; y en breve podremos apreciar si otro pueblo americano, Ecuador, acepta voluntariamente las propuestas políticas que conculcan sus derechos ciudadanos. En particular, después de la experiencia boliviana.
Evo Morales, como en su momento hiciera el desaparecido Hugo Chávez, renunció al gobierno de su país. Pero como ambos déspotas son fieles seguidores de la marca Castro negaron tiempo después las respectivas renuncias para acusar de golpistas a quienes ocuparon el poder legítimamente. Todo se repite: Fidel Castro derrocó al presidente Manuel Urrutia y después lo acusó de gestar un golpe de Estado, en julio de 1959.
Daniel Ortega, único dinosaurio sobreviviente de la Guerra Fría, ha demostrado que respeta la marca Castro. Se ha atornillado al poder sólidamente, y para sacarlo la oposición tendrá que trabajar muy eficientemente. Ortega, al parecer, el menos repudiado internacionalmente de estos déspotas –contrario a Morales, Chávez y Rafael Correa– siempre ha rehuido las candilejas, lo opuesto a sus pares de esta ola de populismo marxista.
El retorno de estos abominables al poder deriva en un aumento sustancial de su autoridad personal y en una radicalización extrema del proceso que dirigen. No hay excepciones. Y la historia, como educadora de nuestros errores y aciertos, lo muestra.
En Venezuela se apreció el deterioro general de las libertades públicas, desde que Chávez retomó el poder, el 14 de abril del 2002. En Bolivia la situación cambió radicalmente desde el retorno al gobierno del partido Movimiento Al Socialismo, con el encarcelamiento de la expresidenta Janine Añez y varios de sus colaboradores, hecho que demuestra el espíritu vengativo del castrochavismo.
En Bolivia no hubo golpe. El vacío de poder dejado por el autócrata de Evo Morales fue llenado con la anuencia de los propios partidarios del gobierno saliente, a los que la administración Añez pudo negarle sus derechos a ser candidatos en las elecciones. Una práctica regular de los discípulos del modelo del socialismo del siglo XXI, a la que Nicolás Maduro ha recurrido con mucha frecuencia.
En Cuba fue una medida temprana del castrismo. Los políticos que participaron en las elecciones de 1958 fueron excluidos de la vida pública, negándoseles sus derechos a participar en nuevos comicios, los cuales nunca se produjeron. Este acto de candor político tiene a la presidenta Añez en prisión. La lección es que los jenízaros del castro chavismo no respetan los más elementales derechos de sus adversarios. Una lección que deberían aprender quienes se oponen a sus propuestas.
Desde la perspectiva de este opinador, creer en las fórmulas populistas del marxismo, fascismo o cualquier otro extremismo de última generación es un grave error. Pero reiterar esa conducta, como al parecer hicieron los electores de Bolivia, en el supuesto de que no hubiera fraude –y lo que todo parece indicar, según las encuestas, harán los ecuatorianos–, es tener una vocación suicida solo comparable a la de aquellos cubanos que repetían sin cesar “elecciones para qué”.
En pocos días se celebra la segunda vuelta electoral en Ecuador. Andrés Arauz, el delfín de Rafael Correa, el absolutista ilustrado del siglo XXI, hoy convicto por corrupción y exiliado en Bélgica, que durante sus diez años de mandato hizo mucho por hundir su país, tal y como hacen sus iguales en las naciones que gobiernan, es el favorito en estos comicios. En consecuencia, es de esperar que si gana su patrón, el benemérito Correa, habrá de regresar con una corona de laurel pontificando sobre sus atributos de salvador y repartiendo guillotinas morales por doquier.
Mis amigos ecuatorianos recuerdan detalladamente la crispación que vivió la sociedad nacional durante los años de gobierno de Correa, el férreo control que ejerció sobre los medios de comunicación y los muchos problemas que enfrentaron los ciudadanos conscientes de sus derechos, ante un gobernante que también acusaba a sus oponentes de golpistas. A Correa le salió mal la jugada de perpetuarse de alguna forma en el Palacio de Carondelet con Lenin Moreno. Ojalá al ecuatoriano libre le salga bien con quien elija presidente.
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