Francisco Swett

El darwinismo del totalitarismo

El gobierno de la plebe, de los menos originales e independientes

El darwinismo del totalitarismo
Francisco Swett
09 de diciembre del 2019


La teoría evolucionaria de Darwin se basa en la norma de la “supervivencia del más apto” en la selección natural de las especies. En el totalitarismo –o en cualquier expresión política vinculada al colectivismo, socialismo o populismo– la norma es reversada, pues “el más burdo y falto de escrúpulos es el que domina la escena”. El colectivismo y el socialismo aborrecen a la democracia representativa. El populismo utiliza sus métodos e instituciones para engatusar al pueblo y hacerse de las suyas. El caudillismo contraría el “espíritu de las leyes” y busca la acumulación del poder unipersonal, ejercido a través del grupo para moldear la realidad al servicio del dictador gobernante.

En 1944, Friedrich von Hayek, un polímata extraordinario, escribió su clásico “El camino de servidumbre”. Su disertación se refirió al socialismo, tema que está vigente en el siglo XXI cuando las hordas dirigidas por sus mentores de Puebla intentan tomarse el poder por asalto. Afirma Hayek que “la probabilidad de imponer un régimen totalitario a un pueblo entero recae en el líder que primero reúna en derredor suyo un grupo dispuesto voluntariamente a aquella disciplina totalitaria que luego impondrá por la fuerza al resto”. Son los peones (conocidos en Ecuador como los “borregos” o seguidores incondicionales de Rafael Correa), los rebaños que por lógica de selección no pueden ser constituidos por los más aptos, sino por los peores elementos de la sociedad.

Hay, según Hayek, tres principios que guían la selección totalitarista:

En primer lugar, la falta de inteligencia y educación. El conocimiento y la inteligencia van de la mano con la capacidad para argumentar y disentir y, por lo tanto, violan el principio de uniformidad, obsecuencia, obediencia y fe ciega que la “causa” demanda. Es, como lo expresa Hayek, “el mínimo común denominador que reúne al mayor número de personas” pues se trata de abultar la cantidad y desterrar la calidad. Es la “masa” la que impone la oclocracia, el gobierno de la plebe, de los menos originales e independientes. 

En segundo lugar, el darwinismo totalitario impone la aquiescencia del credo. Mientras la selección natural se nutre de la variedad genética, la selección política lo hace de la homogeneidad del pensamiento. No hay lugar para convicciones propias y los valores inculcados están confeccionados con estribillos y diseminados mediante panfletos en lo que deviene el estado de propaganda. Serán, expresa Hayek, “los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse” quienes engrosarán las filas del partido totalitario.

El tercer elemento se forja como consecuencia de la marca de la naturaleza humana para preferir lo negativo y destructivo antes que lo constructivo y positivo. Solo así se puede explicar la destrucción nihilista que tuvo lugar en Quito y en Santiago. Para que la selección sea consumada se necesita crear la contraposición del grupo (“nosotros”, los explotados) contra los adversarios (“ellos”, los explotadores). Crear la antítesis, y mientras más material sea la expresión de esta mejor, es un requerimiento fundamental para obtener la nueva síntesis. Si en su momento fueron los judíos, o los miembros de otra tribu los blancos de la persecución, hoy son los empresarios y quien fuere que haya ganado poder económico en la vida los que constituyen el poder que debe ser destruido. 

El colectivismo no puede existir de otra forma que no sea para servir los intereses de un grupo limitado, llamase politburó, direktorat o nomenklatura. El individualismo, como lo aseveraba Mussolini, es inaceptable pues el ciudadano está al servicio del Estado. No hay, por lo tanto, sitio para el humanismo liberal. El seleccionado es respetado por ser miembro del rebaño y su organización o, como lo asevera Hayek, solo si trabaja para los fines comunes y “su plena condición le viene de ser miembro, y no de ser hombre”. En conclusión, si la condición previa para el ejercicio de la libertad es la separación de los fines económicos y políticos, en el totalitarismo el poder político envuelve al económico y lo subyuga. No solo está en juego la posibilidad de prosperar sino que existe la certeza de que todos los aspectos de la vida serán dominados por la ideología. 

El darwinismo político contradice la ley natural. ¿Es éste el destino que le espera a la América Latina?

Francisco Swett
09 de diciembre del 2019

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