Raúl Mendoza Cánepa
El cargo o el liderazgo
La política no debe ser solo una profesión rentable
Ahora que se inicia la campaña electoral la guerra de ambiciones dentro de los partidos, y luego entre los partidos, nos volverá a mostrar la importancia que muchos le dan al cargo antes que a la política como liderazgo y misión. El cargo es solo la plataforma que lleva al servicio, porque la política es, antes que todo, un ejercicio moral.
No se trata del desapego o la ausencia de un proyecto de vida política, pero la experiencia muestra que muchos de los que estuvieron en el escaño no miraron la Historia sino la planilla y la permanencia. En una república que no se ha consolidado, tener autoridad convierte al ciudadano en reyezuelo. El parlamentario deja de ser quien fue porque el poder no solo corrompe, sino que también desenmascara. Salta el rostro real de quien ve en los demás, como el coronado ve a un súbdito, a un inferior. Debo decir que es a la inversa, el ciudadano es el jefe y paga el sueldo y las gollerías del representante al que eligió. Contrata y paga. Existe la política del interés y la de los principios. En una república prevalece la segunda.
Luis Alberto Sánchez decía que la política es servir. Luis Bedoya Reyes, en una entrevista que nos transmite sus sentimientos sobre Haya La Torre, un personaje histórico (que más allá de cualquier bemol) tiene una aureola que resume bien el patriarca: “Haya no tiene el voto de nadie. [...]. No nos cae simpático, pero ha entregado su vida a una causa. Si alguien tiene un historial de honestidad y consecuencia, es Haya. Con el Apra sí podemos tentar un esfuerzo de Constitución y podemos hacer justicia con el hombre que ha obtenido la primera votación. Finalmente, este hombre ya está viejo, nunca ha asumido un cargo público, nunca le ha sido ofrecido, nunca ha podido decir sí porque no lo dejaron decir siquiera no; es un acto de justicia”. Bedoya le cedió la Presidencia de la Asamblea Constituyente, y el viejo dejó ver algunas lágrimas caer por su rostro. Había llegado finalmente, pero no al cargo (por el que cobraba un simbólico sol) sino a su destino histórico.
El liderazgo es lo que queda después de todo y es inmortal; el cargo es perecedero. El líder es memorable y maestro, el político (a secas) solo busca hacer gestión y ganarse un sueldo. El aspirante a líder se forma en un partido para vivir en él y hacer desde dentro un magisterio doctrinario; alienta la mística (que impide la muerte partidaria). El político de cargo tantea cómo entrar al poder; y dentro, cómo medrar, migra fácilmente y ladea. Quizás el romanticismo no sea la moda, pero cuánta falta hace en un país signado por los intereses y las colusiones.
No hay aspiración condenable. Pero hay una diferencia entre hacer política para la Historia y ejercerla como una prosaica rutina o una rentable profesión.
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