Oscar Schiappa-Pietra
El capital intelectual de los pobres
Una forma de riqueza aún no puesta en valor
El economicismo de sus enfoques constituye una de las causas por las que las estrategias de la lucha contra la pobreza avanzan tan lentamente en mostrar resultados. En esas estrategias, la pobreza es reducida a índices de ingresos o a carencias de bienes materiales. Ese estrecho enfoque soslaya, entre otras dimensiones, la gravitación de los bienes intangibles como factores de gran potencial para vencerla, incluyendo la conducta moral de los pobres y su capital intelectual.
La noción de capital intelectual se refiere a las distintas formas de conocimiento que encierran capacidad transformadora y, por tanto, también valor económico. La noción ha adquirido enorme gravitación como factor estratégico en la gestión empresarial, y en menor medida en la gestión gubernamental; pero está manifiestamente ausente en la teoría del desarrollo socioeconómico, y en su capítulo de teorías para abatir la pobreza.
Esto es paradójico, pues muchos pobres son, en efecto, empresarios en diminuta escala. Aún más, segmentos significativos de las personas en situación de pobreza suelen poseer diversas formas de capital intelectual que, por carecer de formalización, no les reditúan beneficios económicos. En particular, los pobres suelen ser depositarios de conocimientos ancestrales y de saberes tácitos, que no están protegidos legalmente ni codificados a efectos de dotarlos de sistematicidad, por lo cual tienen escasa o nula exposición comercial.
Muchas prácticas de cultivo e innovaciones genéticas son el resultado de la combinación de ambas formas de capital intelectual. En zonas urbanas, la experticia de los gasfiteros, carpinteros, empleadas del hogar y mecánicos da testimonio de abundante saber tácito: ellos saben cómo fabricar objetos, brindar servicios o resolver problemas. Pero “no saben cómo lo saben”, pues su conocimiento es intuitivo y resultado de mero ejercicio práctico. Frecuentemente, personas en situación de pobreza ejecutan buenas prácticas que los liberan de la desnutrición, de la falta de ingresos suficientes o de la mala salud, pero la poca atención a esas experiencias impide su difusión en beneficio de otros pobres.
Una estrategia renovada de lucha contra la pobreza debería incorporar como objetivo explícito el rescate y la puesta en valor del capital intelectual de los pobres. Para avanzar en ese rumbo se requiere empezar por inventariar y codificar, dentro de lo posible, esos saberes, para luego devolvérselos sistematizados y legalmente protegidos a sus genuinos poseedores. Parte de esta estrategia implicaría certificar a los sabedores, a efectos de acotar el universo humano de quienes pueden reclamar con legitimidad la experticia y la titularidad de derechos de propiedad intelectual.
Bien lo sabemos todos: conseguir un gasfitero competente y cumplidor es un juego de azar, pues no se han creado dentro del mercado mecanismos para identificar a los verdaderos conocedores del oficio, no obstante que las tecnologías de la información permiten resolver esa asimetría de modo sencillo. Lo propio puede decirse de los curanderos: colgar cartelitos prometiendo “amarres de parejas” se ha convertido hoy en una estrategia contra el desempleo, similar a la de quien, por tomar el volante de un vehículo, asume el oficio de taxista, en virtud de lo cual el mercado ha quedado inundado de charlatanes desprovistos de los saberes ancestrales de la medicina y la espiritualidad de tradición popular.
En el ámbito rural, las innovaciones genéticas que a lo largo de varias generaciones van introduciendo los campesinos pueden merecer formas primarias de protección de derechos de propiedad intelectual. La estrategia propuesta debe también abordar la cuestión de la diseminación de los saberes populares. Para ello resulta indispensable el concurso de las universidades como mediadoras científicas, a efectos de separar la paja del grano; y de los inexistentes politécnicos, como centros de entrenamiento masivo.
En síntesis, muchas personas en situación de pobreza suelen poseer un vasto capital intelectual, que es una forma de riqueza aún no puesta en valor. Esta es la herencia de siglos de laboriosidad, y de respuestas al cotidiano desafío de crear con escasísimos insumos. Los programas públicos de lucha contra la pobreza pueden mejorar significativamente su eficacia si abordan el desafío de posibilitar que los pobres aprovechen su capital intelectual.
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