Eduardo Zapata
El caballo encabritado
Mágico simbolismo de un maestro montado en caballo
Mientras el mundo urbano que se cree occidentalizado en la escritura y en la racionalidad discutía –en medio de una pandemia atroz– una suerte de políticas públicas nórdicas, el mundo rural, oral y periférico de Lima vivía, se asfixiaba y moría en una pandemia histórica y real. Una situación en la que se requería simbolizar las urgencias y prioridades nuestras, y no las de los asesores de marketing y comunicaciones.
Cassirer, Propp y Benjamin nos subrayaron hace mucho tiempo el poder de lo simbólico. Gillo Dorfles lo hizo más cercanamente. Y trazos modernos también encontramos –aun cuando no con el suficiente vigor– en Derrida, Foucault y Umberto Eco; pero en tratamientos, excesivamente racionalizados por la cultura del libro.
Decía Luis Jaime Cisneros en su generoso prólogo a nuestro libro El discurso de Sendero Luminoso: Contratexto educativo, allá en 1987: “Nuestra experiencia de hablantes nos dice que el signo lingüístico es inmotivado, y en eso radica su arbitrariedad. Pero detrás del lenguaje del que pide comida y remedios hay hambre y enfermedad… El ciudadano común… sabe también que cuando se llega a pronunciar la frase tengo hambre, ese lenguaje dice la verdad”.
Mientras en el mundo nice de las redes sociales todos, todas y todes discutían sobre la pertinencia o impertinencia lingüística de la cuestión, o sobre abortos y por poco el sexo de los ángeles, los maestros se unían en torno a uno que ya había logrado notoriedad a propósito de una huelga magisterial. Era el señor Pedro Castillo. Un maestro primario rural que –para quien conoce la realidad– tiene una enorme prédica y prestigio sociales en su comunidad. Cuya palabra, entonces, tiene valor y ascendencia no solo sobre sus alumnos sino también sobre los padres de ellos, que sí valoran la educación como un vehículo de redención.
Este maestro recorrió largo tiempo escuelas similares a la suya. Diseminó su prédica a través de la palabra hablada. Para luego, a través del Zoom –que une oralidad y electronalidad–, alcanzar a otros maestros y conectarse con otros intereses. Allá por Puebla.
Mientras aquí la agenda de las redes y los medios masivos era cómo neutralizar a alguien y realizar abstracciones ideológicas (amén de insultos), el simbolismo mágico de un maestro montado en caballo, con su sombrero identificatorio y su chicote como señal de seguridad, transitaba libremente con una visión muy clara que tiene y mantendrá. Aquí no habrá hoja de ruta como fue el caso de un militarcito y una esposita arribistas.
No hemos aprendido mucho. En el 90 el modesto símbolo de un tractorcito y solo tres palabras –honradez, tecnología y trabajo– lograron derrotar todo el poder de la industria mediática, que en ese entonces no tenía redes, pero ello es irrelevante.
Los símbolos siguen jugando entre nosotros un papel fundamental. Siendo una sociedad esencialmente oral, particularmente los símbolos cargados de cercanía, empatía y no poco poder mágico. A algunos les preocupará el caballo encabritado por lo que simboliza su propuesta. A Pedro Castillo le preocupará literalmente lo que significa un caballo encabritado. ¿Sabe realmente montar caballo el candidato?
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