Manuel Gago
El amor se enfría y la maldad se multiplica
Reflexiones de Semana Santa
Creyentes, “mirad que nadie os engañe porque muchos vendrán en mi nombre y muchos engañarán. Oiréis de guerras y rumores de guerras; no os turbéis porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, hambres y terremotos y todo esto será el principio de dolores. Entonces os entregarán a tribulaciones y os matarán y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos. Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24: 4-13).
Pero, ¿qué es el amor? “Si hablase lenguas humanas y angelicales, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno, no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no goza de la injusticia, más se goza de la verdad. El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca dejará de ser” (1 Corintios 13: 1-7).
El amor según las Escrituras, en su exacta magnitud, en efecto, está de retirada. La maldad tan poderosa y tan vestida de distintos trajes encantadores es su sepulturera. Y caemos en la trampa con facilidad asombrosa aun cuando declaramos ser creyentes, hijos de Dios, religiosos, espirituales.
El Padre reprime duramente a sus hijos y señala su condición humana: De naturaleza pecaminosa. “¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que por fuera se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos muertos e inmundicia. Por fuera os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. Aman los primeros asientos, las primeras filas y las salutaciones en las plazas y dejáis lo más importante: La justicia, la misericordia y la fe. Dicen y no hacen. Tienen cargas pesadas y difíciles de llevar sobre los hombros de los hombres, pero ni con un dedo quieren moverlas. ¡Serpientes, generación de víboras! Yo os envío profetas, sabios y escribas; y de ellos a unos mataréis y crucificaréis y a otros azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación. Hipócritas porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entraréis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando. Hipócritas porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros. ¡Insensatos, ciegos y necios, coláis el mosquito pero tragáis el camello! Limpiáis el vaso y plato pero por dentro estáis llenos de robo e injusticia” (Mateo 23: 23-39).
El destino está zanjado. No será lecho de rosas. Los malvados toman el control de las naciones. Abundan los supuestos impolutos, inmaculados, moralmente pulcros, celosos guardianes de las buenas costumbres y comportamientos; pero falsos como fariseos. De boca para afuera poseedores de virtudes únicas. El mismo Padre pide, entonces, a sus hijos escudriñad las Escrituras hasta encontrar la razón de sus palabras. Pide orar y pedir que el entendimiento nos alcance. Porque la sabiduría es un don divino. Y reconocer el inmenso amor de Jesús, el Cristo. Entregó su vida en la cruz por nuestra vida eterna. Pide perseverar aun cuando la cuesta hacia abajo es cada vez más pronunciada.
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