Edadismo

¿Cumples cincuenta años? Probablemente te entierren vivo, salvo que tengas los contactos adecuados, porque en el Perú no tenerlos es andar a la deriva. Aquí la vida no se hace en líneas rectas, sino en argollas. Hace un tiempo anduve visitando al gerente en su empresa y deambulamos saludando gente, por decir gente, jovencísimos profesionales recién salidos del horno universitario y extraídos a la vida laboral como juniors por head hunters prejuiciosos. Y aunque me habló exageradamente de sus virtudes, asumí que la valoración tocaba el costo, el prejuicio y el actual predominio de la juventud.

En la experiencia propia, las entidades por las que pasé llegaron a su apogeo con una plana de profesionales experimentados y de edad mediana, una donde brillaban los nombres por su legajo. Ellos habían logrado el auge institucional cumpliendo la mirada de Platón sobre la madurez: “Un estado máximo de prudencia, discreción, sagacidad y buen juicio de la persona, que le permite desempeñar roles de gran responsabilidad y respeto”. Ocurría en Egipto, Grecia y Roma, cuando ser sabio lo era serlo sin libros, pero con suficiente vida. Cincuenta era un lujo.

Volviendo a la experiencia, desde la segunda década del siglo XXI los profesionales maduros y prestigiosos mudaban de institución, se iban y como un reflejo de la crisis en general. Los que llegaban eran muy jóvenes, tan dados al corto plazo, a la eficiencia inmediata, al tiempo real, a la tecnología rápida, pero poco a la visión expansiva, a la lectura amplia y al curso certero sobre la base de la experiencia.

Las modernas técnicas de la información reforzaron los prejuicios, pese a que un chico de casi treinta años devore redes sociales, en lo particular me ha tocado devorar bibliotecas y conservar demasiadas páginas en la memoria. La lectura no tiene que ser memorizada, cierto; pero solo los libros enseñan a relacionar, a pensar con lógica, a no apurar el trago de las decisiones y a ver la vida desde el piso alto, donde el bosque asoma en toda su amplitud.

Una moda actual para el recurso barato es la toma de practicantes y juniors; la institución convertida en escuela. Y aunque hay una legislación que protege a los practicantes en montos y seguros, no dejan de aminorar los costos, base de la economía tradicional. Pero se deja de lado la competitividad, esa a la que me refería cuando me codeaba con grandes nombres, de los que podía aprender, nombres que rebasaban los cuarenta y más. 

Desde los noventa, por cierto, se añadió el valor agregado del posgrado, tornado en una condición sine qua non de “sabiduría” específica. El postítulo sirve para enseñar en los claustros y se entiende solo si lo que se busca es profundizar en la calidad de maestro especializado en una materia concreta, lo que no se entiende es para qué sirve un magíster en derecho civil enseñando ciencia política o un doctor en derecho constitucional dándole a la gerencia de una fábrica de artefactos. De hecho, quien cumple cincuenta y anda tardíamente en la dinámica postítulo es por sobrevivencia. La interrogante es saber para qué se perfecciona un catedrático que invertirá decenas de miles para recibir mucho menos a lo largo de su mal pagado magisterio universitario.

El edadismo (para todo) es considerado como la tercera gran forma de discriminación, por detrás del racismo y el sexismo, según la Encuesta Social Europea (ESS, 2012). En el Informe Mundial del Edadismo de 2021, la Organización Mundial de la Salud señala que una de cada dos personas a nivel mundial es edadista.

¡Bienvenido a los cincuenta!