Manuel Gago
¿Dudamos del “arte popular”?
Senderismo crea nuevas ventanas de penetración
El Ministerio Público y la Dirección Nacional contra el Terrorismo (Dircote) inmovilizaron 34 obras de arte que llegaron de Estados Unidos para ser exhibidas en el Museo de Arte de Lima (MALI). La primera hipótesis de las autoridades fue que, con el cuento de una exposición artística, se pretendía hacer apología al terrorismo de Sendero Luminoso. La directora del MALI, Natalia Majluf, defiende este “arte popular” expresado en un conjunto de cuadros, retablos y telares, en los que se aprecia la participación de pobladores y terroristas en escenarios con hoces y martillos, armas de fuego, brazos en alto y adoctrinamientos populares. Escenas que constituyen las típicas manifestaciones del senderismo. Según Majluf, las obras —que fueron donadas por la Asociación Con/Vida Popular Arts of the Americas— representan el sentir de Sarhua, un distrito ayacuchano víctima del terrorismo.
No dudamos de la intención buena de los pobladores de Sarhua, que tienen por costumbre retratar lo acontecido en su pueblo y en su vida diaria en coloridas tablas; ni de Edwin Sulca, maestro textil, ni de Nicario Jiménez, maestro de retablos. Las obras son documentos que ayudan a reflexionar sobre la historia trágica que vivió el poblado durante el terrorismo senderista. Como dijo Majluf, “sería un desprecio a la población ayacuchana” no considerarlas.
Sin embargo los ojos limeños son distintos a los ojos serranos. Lima se enteró de la magnitud de Sendero Luminoso cuando un coche bomba explosionó en la calle Tarata, en Miraflores. Lima se divertía de “toque a toque” —para que la pachanga continuase— mientras en la sierra los pobladores indefensos y las fuerzas del orden se batían a muerte en contra del terrorismo. A Lima no le importaron Sarhua, Chuschi, Huancayo, Huancavelica y demás poblados y ciudades de la serranía en esos días, como ahora —según Majluf— sí le importan, por intermedio del “arte popular”.
Los “cumpas” (terroristas) castraron a los varones que eran señalados de soplones por los pobladores, quienes debían señalar a alguien para salvar sus vidas. Los cumpas les pegaban el tiro de gracia en la sien luego de una rutina de tortura endemoniada. Los “tucos” (terroristas) violaron a las mujeres ashaninkas y secuestraron a sus niños para que sean su fuerza militar y política del futuro, que es hoy. Juicios populares, adoctrinamientos, paros armados y más sucesos violentos están en la memoria de las desconfiadas gentes de la serranía que un día eran acusados de prosenderistas y al otro día de soplones del Ejército. Poblados enteros viviendo entres dos fuegos.
Esa desconfianza persiste. Llama la atención, entonces, que en ese conjunto de “arte popular” no se pueda apreciar la participación del Ejército y de la Policía, de sacerdotes y pastores evangélicos, que intentaron organizar a sus poblados en contra de la demencia terrorista. ¿No es esa una vivencia que también debería retratarse y respetarse? ¿O la memoria es selectiva y mira solo para un lado? ¿No sabemos, acaso, que los tucos —para ganarse el cariño de la población— establecieron una moralidad que juzgaba y fusilaba a los sacavuelteros, a los que se acostaban con la mujer o el marido que no eran suyos y a los vendedores de aguardiente, porque vendían una “cochinada” que envenenaba al pueblo? ¿No hay memoria artística para los asesinados por el senderismo de esos pueblos de la serranía?
Soy serrano y, sin ser desconfiado, conozco de cerca la desconfianza de la gente de sierra cuando no responde el saludo; no por ser parcos ni por ser oscos, sino por temor. Lo siento, pero desconfío de cierto “arte popular” y “arte urbano” porque por allí Sendero Luminoso penetra en la sociedad. Desconfío de los bobos y de los buenitos que se “conmueven” con los sentimientos populares. Por allí el senderismo ha creado nuevas ventanas para ganar la guerra sin más tiros en la sien.
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