Carlos Adrianzén

Dos Perús

Para que converjan se requiere compatibilizar instituciones

Dos Perús
Carlos Adrianzén
13 de julio del 2020


Económicamente hablando el Perú puede separarse. Anticipo que esta afirmación puede sonar fuerte o inquietante para algunos. De hecho, a los peruanos nos aglutinan y caracterizan dos siglos de convivencia entrañable, de mestizaje cultural y de historia. Mientras la dos primeras resultan evidentes para cualquier extranjero en contacto con nosotros, la tercera nos une en el reto de discutirla más y reescribirla; esta vez con fundamentos y no en base a cuentos e ideologías.

Pero los hechos emergen. El primer gráfico de estas líneas dibuja un secreto difícil de esconder. Coteja la evolución del promedio quinquenal del producto por habitante de las seis principales regiones del país, con valores expresados en dólares. Por principales regiones aquí nos referimos a seis bloques geográficos. Por un lado, Lima Metropolitana, el departamento de Lima y el puerto del Callao; y por el otro, las otras cinco. Por otro, al resto de los departamentos aglutinados geográficamente aquí como Costa Sur y Norte, la Sierra Sur y Norte y la Selva. Este hallazgo implica enfocar que en nuestro país existen marcadas diferencias regionales. En ciertas áreas existen estándares de vida mucho más altos. Léase: prevalecen instituciones, patrones de acumulación de recursos, usos tecnológicos y preferencias políticas que permiten la inversión y acumulación a niveles mayores al resto.

En Lima y la Costa Sur se registran productos por habitante similares a de un argentino promedio el último quinquenio –regiones a los que en estas líneas etiquetaremos como de ingreso medio– y en las otras (la Sierra y Costa Norte, la Sierra Sur y la Selva), estándares propios de un boliviano–a los que en adelante etiquetaremos como de ingreso bajo–.

A lo largo de las últimas dos décadas los índices disponibles de producción, pobreza o recaudación tributaria contrastan esta diferencia nítidamente. Las regiones de ingreso medio implican grosso modo el 60% de nuestra economía y los per–bolivianos el 40% restante. Demográficamente, en cambio, las proporciones resultan invertidas (40% versus 60%).  Tal es la magnitud de la diferencia de desarrollo relativo (grosso modo, desde 18% al 6% en el índice de Ilarionov), que no es descartable la idea de hablar de dos Perús. Dos porciones del mapa peruano que mantienen niveles de desarrollo significativamente diferentes y –también con parámetros sociales contrapuestos–. Con diferencias expandiéndose en el tiempo. 

Insisto, discursos afuera, a lo largo del país, existen muy disparejos ambientes en términos de reglas efectivamente aplicadas, dotaciones de recursos, rutinas tecnológicas y preferencias políticas.

Para que las distancias no se incrementen o aceleren; o lo que es lo mismo, para que la convergencia entre estos dos Perús se dé alguna vez en el futuro, se requiere compatibilizar instituciones; hacia arriba (libertades) o hacia abajo (intervención estatal). De hecho, esta observación la tienen muy en claro las agrupaciones políticas marxistas y marxistoides locales. Necesitan de la frustración del votante y bregan por una nueva Constitución Política de corte socialista-mercantilista, destructiva del progreso económico, como la espuria carta velasquista de 1979. 

Pero existe además de las inercias de divergencia entre los dos Perús está la impronta emocional del elector. Brian Kaplan tiene razón. Los electores rara vez actúan racionalmente y registran sesgos ideológicos inconvenientes en materias económicas. No resulta casual, ni el sesgo ideológico de los electores de cada región, ni distanciamiento creciente de los países latinoamericanos en relación al mundo desarrollado o al de las regiones peruanas de ingresos bajos versus las de ingreso medio. Y es que las ideas opresoras de las libertades y del respeto a la propiedad privada –por más preferidas o populares que resulten para los electores locales– traen consistentemente retraso económico.

Entonces, ¿qué nos está pasando? Pues, vivimos continuamente en tiempos de definición, otra vez con candidatos de liderazgos escasos. ¿Prevalecerá la izquierda limeña otra vez (con candidatos ideológicamente explícitos o disfrazados)? ¿el país transitará hacia los ingresos bajos? ¿O persistirá la divergencia vía estancamiento con mayor informalidad?

Aquí la data torturada muerde. Como país ya no solo crecemos mucho menos, dejamos de crecer. Nos alejamos del progreso. Los garrafales errores de la actual administración han alimentado un cuadro de retroceso en plena evolución. Este cambio viene teniendo impactos contractivos mucho mayores en Lima, la Sierra Norte y Sur y la Selva. Si las tendencias quinquenales persisten, Humala, PPK y Vizcarra (más allá de sus iniciales popularidades), han resultado tóxicos para estas regiones. 

Frente a la ya oscura brega electoral del 2021, si llega a darse: o si no es alterada electrónicamente; o si no repite la inusual depuración del voto de la reciente elección congresal (donde solo cuatro de cada 10 votos terminaron contándose) tengamos claro que votarían dos Perús muy diferentes. Ambos en caída en medio de una pandemia y con electores muy molestos (con la limeñísima izquierda que nos gobierna).

A pesar de todo lo anterior, cierro la lectura de estas cifras con acotada esperanza. En el último siglo, la economía peruana en términos reales se habría inflado cerca de noventa veces. El producto por persona en términos reales se habría cuadriplicado. A pesar de todo. A pesar de nuestros variopintos electores, oscuros selectores y pasiva ciudadanía.

Carlos Adrianzén
13 de julio del 2020

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