Darío Enríquez
Discriminación, racismo e identidad en el siglo XXI
A propósito de Vinicius Junior y de nuestra Bartola
Esta última semana dos hechos mediáticos han puesto sobre la mesa los temas de discriminación, racismo e identidad. Son temas que están bajo el paraguas de lo políticamente correcto y la cultura posmo que todo lo contamina con su absurdo pensamiento único y sus hordas militantes extirpadoras de “herejías”.
Uno de esos casos se dio en la esfera internacional. El futbolista Vinicius Junior ha sido atado a una pira mediática por los inquisidores posmos del siglo XXI. Rodo se inició con una pieza antológica de la irracional cultura de la cancelación y la falsa victimización: se acusó a Vinicius de provocar y burlarse de los adversarios por celebrar sus goles bailando en el campo de juego. Absurdo por donde se le mire. Vinicius no es el primero ni el último que festeja de ese modo. Es parte del espectáculo del fútbol y de los deportes competitivos masivos.
Esta cultura de la cancelación y de la falsa victimización, punta de lanza del pensamiento único y la supuesta superioridad moral del autodenominado “progresismo”, han contaminado muchos espacios de nuestro mundo en el siglo XXI, y ahora aparece en el fútbol con su “torquemadismo” pueril. Para variar, el autodenominado “progresismo” termina con una cosecha amarga y contradictoria, porque contra su “iluminada” prédica –que habla de inclusión, igualdad y apertura– termina favoreciendo la reaparición y reforzamiento de la discriminación, el racismo y la xenofobia.
Con los reflectores puestos en este tema, que nunca debió invitar a debate alguno, esos fantasmas resurgen en Europa, en horario estelar, con el soporte “intelectual” del pensamiento único “progresista”. Vinicius ha recibido no solo los insultos vociferantes de una multitud violenta, sino que desde cierto sector mediático se le acusa de no tener “empatía deportiva” (¿les suena conocido?), que debe irse a bailar a un sambódromo en Brasil y que “no haga el mono”. En el contexto de estas ofensas, no aplica para nada esta última, que es una expresión coloquial peninsular que quiere decir “hacerse el tonto”, y más bien califica como racismo flagrante, aunado a la xenófoba condena de “que se vaya a su país”. Lo sucedido en España es patético, lamentable y condenable.
El segundo hecho a referir aconteció en el Perú. La cantante Adriana Dávila Cossio, más conocida y muy querida como Bartola, ofreció una entrevista en un medio audiovisual. En esa entrevista, Bartola criticó la falsa victimización racial y también el uso nocivo del identitario “afroperuano”. Ella se muestra orgullosa de su larga carrera artística y apuesta por un empoderamiento basado en el talento y el esfuerzo, sin victimizarse por su color y mostrando sus creencias religiosas, todo ello sin complejos ni resentimientos. No tardaron en aparecer los “torquemadistas” locales pretendiendo aplicar cancelación y pira mediática contra ella.
¿Cómo así gente que no conoce ni por asomo las reales vivencias de las comunidades afrodescendientes en el Perú (note el plural), se permite darle lecciones a Bartola sobre cómo es que ella debe vivir su “negritud”?¿Cómo así estos extirpadores de herejías del siglo XXI se atreven siquiera a cuestionar a Bartola porque “no asume su afroperuanidad”? ¡Por favor! ¡Basta ya!
Una vez más vemos cómo esos posmos autodenominados “progresistas”, desde su posición de privilegio, falsifican una representatividad que no tienen y pretenden hablar en nombre de comunidades diversas, con el prejuicio de que ellos –los posmos– saben mejor que nadie lo que les conviene y cómo deben pensar en cada comunidad, dentro de la diversidad y la síntesis cultural que tenemos en el Perú.
Pasó también en Chile, cuando el último 4 de septiembre, los políticos de izquierdas (y los intelectuales adoquinados que les dan soporte), supuestos adalides y representantes de minorías autóctonas, fueron rechazados categóricamente por esas comunidades mapuches y otras a las que decían defender. No aprenden la lección. Al parecer, nunca lo harán. ¿Acaso los actos contradictorios y confusos de sus cabecillas, operadores y militantes autodenominados “progresistas” responde a otras motivaciones? Veo un grupo de inflados políticos, intelectuales trasnochados y “referentes” mediáticos encaramados en el dinero y el poder. Pero también muchos otros que ponen en juego su moral y honor solo por una quincena.
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