Raúl Mendoza Cánepa
Dialogar o saltar
¿Estamos frente al peor Congreso de la historia?
El Perú no es Inglaterra, el parlamento no gobierna. Si no sabes, tampoco construye puentes ni hospitales, no tiene iniciativa de gasto. El Congreso no hace inversión pública, no tiene vela en el entierro de lo que hacen o deshacen alcaldes y gobernadores (allí donde anclan el cobre y el oro, ese 14% restado al PBI). Pero si no te gusta quienes lo componen será el enemigo, el gestor de la crisis. Un tabloide titula: “Negligencia que mata: congresistas de Lambayeque estuvieron ausentes” (sobre la muerte de treinta bebés en Hospital de Lambayeque) ¿Negligencia del Congreso? Si te la crees, la prensa estará siempre un escalón encima de tus sesos.
Llamas a que los escaños se vacíen para ser ocupados ya por los nuevos ¿Qué nuevos? Esos que coloques tú mismo. Quizás te encuentres con un nuevo PPK en 2020 enfrentando a un Congreso con mayoría adversa y rabiosa ¿Y entonces qué? ¿Y si los partidos eligen lo peor que tienen?
Te dicen que “adelantemos” porque este es el peor Congreso de la historia y lo digieres fácil ¿Has leído a González Prada sobre el Congreso de su tiempo? (“Cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República”-1914, publicado en 1933) ¿Recuerdas el 18% de aprobación en promedio del Congreso de 1990-1992? ¿Recuerdas que votaste por una mayoría fujimorista en el CCD de 1992 que elaboró la Constitución que ahora te quieres zurrar? En setiembre de 2001 el 51% aprobaba al Congreso. A marzo de 2004, con Toledo, apenas un 8% lo aprobaba. La desaprobación se elevó en novecientos días de 29% a 84% ¿No fue ese el peor Congreso de la historia? El actual tiene un 71% de desaprobación, aunque en un rango de seis meses, cada encuestadora ha ensayado sus propias cifras, de 69% a 85% ¿A cuál le creemos?
En 1992 una abrumadora mayoría aplaudió el cierre del Congreso, y muchos viven aún para recordarlo en secreto cuando juzgan a Fujimori por haberlo cerrado. Enmascaramos el espíritu “anti” con una suerte de pulcritud moral, que esconde un odio muy profundo. Es probable que en el “¡Que se vayan todos!” se lea entre líneas “¡que se vayan los naranjas!”. La realidad es que, como señala Federico Salazar (EC) este Congreso también “ha aprobado presupuestos, ha autorizado viajes del presidente, ha otorgado facultades al Ejecutivo para que legisle, ha cooperado con varios ministros, ha aprobado iniciativas de reforma constitucional”. Hasta allí bien, pero el nudo se creó al inicio, cuando el fujimorismo desaprovechó la oportunidad de adelantarse a reformas que luego Vizcarra tomaría para sí ¿Y qué tal si los fujimoristas hubieran apoyado el proyecto de reforma política de la congresista Donayre?
El fujimorismo no solo se desgastó en lo infecundo, sino que fabricó a Vizcarra, proclive a permanecer en la defensiva y de desequilibrar el esquema constitucional. La Constitución no sirve al poder, sirve para equilibrar su distribución ¿Cuál es la separación e independencia de poderes en un régimen en el que una seguidilla de iniciativas legislativas presidenciales rechazadas puede disolver al Congreso? ¿Dónde quedó la prohibición del mandato imperativo? ¿Cuál es el alcance del poder constituyente derivado que tiene el Congreso si el Gobierno cree tener la atribución de forzar el cambio constitucional con una carta de disolución bajo el brazo? ¿Puede un gobernante observar la reforma constitucional? ¿Puede un poder del Estado alterar las reglas del juego al tiempo del juego, cambiando el calendario electoral?
Con la economía en reversa, capturados por los conflictos mineros y en un esquema de crisis institucional solo queda el consenso, porque solo un consenso hasta el 2021 puede volver al Perú al camino de la estabilidad (reducida a minucia teórica por un ministro que ignora que estabilidad es inversión y empleo).
Vuela al 2020, vota libre y “que todo cambie para que nada cambie”, quizás escribas finalmente con Joaquín de Larriva: “Cuando de España, las trabas en Ayacucho rompimos, / otra cosa más no hicimos / que cambiar mocos por babas (…) Mudamos de condición, / pero sólo fue pasando / del poder de Don Fernando al poder de Don Simón”. Ya da lo mismo.
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