Raúl Mendoza Cánepa
Desembarcos y naufragios
La polémica sobre la delegación peruana a la FIL Guadalajara
Quizás a usted le importe poco que el Perú sea invitado de honor a la FIL de Guadalajara o que algunos escritores hayan sido desembarcados o se hayan bajado del barco. Según el ministro de Culturas, Ciro Gálvez, hay que bajarlos para dar lugar a los marginados de las letras, a los emergentes, a los provincianos. El ideal de todo escritor progresista.
La representación a la FIL –golpeada por la lógica previsible de un gobierno que la mayoría de intelectuales eligió a sabiendas de su anticriollismo, su machismo, su vocación totalitaria y sus amenazas a la democracia y la libertad de prensa– tiene en manos la oportunidad de ceder su lugar a los “nadies”. Galeano llamaba “nadies” a esos excluidos de siempre, a esos que, precisamente, en la provincia no tienen imprenta ni librería.
La elite cultural, en general, es centralista, cerrada, tribal; lo fue en tiempos de Palma y en los de Valdelomar. ¡Qué novedad! Alguna vez creí que esa selección natural se justificaba por el genio creador de unos pocos, pero esos pocos son aquellos que los medios y las ediciones alumbran repetidamente. He leído tanto o más talento en los miles de cuentos que enviaban los lectores de El Dominical de El Comercio a nuestro buzón entre 2013 y 2014, narraciones brillantes que nos honrábamos en publicar cada domingo. Democrática iniciativa porque hay miles de ciudadanos, escritores anónimos, excluidos, pero sorprendentes e imprescindibles; tanto que la calidad abrumadora de cientos de esos narradores desconocidos me indujo a dejar de escribir cuentos por entonces. Me desembarqué, porque hay desembarcos que son honrosos.
Es incómodo ser sustraído de una lista, es hasta descortés y burdo; pero también lo es ser ninguneado o invisibilizado por las grandes editoriales y las páginas culturales de los grandes medios. No obstante, ¡Y qué manera de sabotear mi propia columna!: ¿Qué es la representación en una feria internacional del libro? Comencemos por lo que no es. No es una representatividad política ni un tributo a lo socialmente correcto, es la puesta en vitrina de lo que se cree son las mejores plumas, así a secas. Desde Frankfurt y Leipzig se trata de promover al libro y se los promueve con la buena literatura, como la que relumbra en las buenísimas narraciones de los libros de Karina Pacheco o los de Katya Adaui y de varios otros. ¿Cómo explicar, por ejemplo, la salida de Cronwell Jara? Ni qué decir de la sapiencia y análisis del devenir republicano de Carmen McEvoy. Hay varios nombres que leo de toda la lista que merecen un lugar y otros que no, qué duda cabe. Que si deben financiar sus viajes o si debe hacerlo el Estado es tema aparte, porque hay muchos a los que no les dan sus finanzas.
Al margen de mis discrepancias ideológicas con muchos (que no es el tema), el desembarco ministerial es impertinente. Lo que cabía era establecer las líneas a futuro para un paciente rastreo nacional y una nómina para la selección en futuras ferias: concursos regionales, promoción transgeneracional de nuevas plumas, búsqueda de talentos (como lo hizo El Dominical), selección más allá de las elites por parte de las grandes editoras, más festivales (que ya hay pocos y buenos)… De paso, que los concursos literarios no sean protocolos del olvido, que la obra preceda al autor y no al revés, que el mecenazgo se promueva realmente, que las imprentas y los sellos lleguen como los libreros a los lugares lejanos, y que el amor a la lectura sea uno de los logros de la educación hasta donde alcancen nuestras fronteras. Pero, señor ministro, no podemos actuar a las patadas.
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