Darío Enríquez
Debemos estar preparados para las catástrofes
Pero no es recomendable ni factible montar una entidad permanente
En estos tiempos de pandemia global nos encontramos en medio de gran confusión, enorme incertidumbre y decisiones de autoridades que casi inevitablemente siguen una deriva operativa de prueba y error. Hay un control demasiado relativo, resultados abiertamente inciertos y expectativas que literalmente se redefinen cada día. No existen expertos con experiencia en estas lides, porque nunca se había enfrentado una situación como la que vivimos en este tan especial año 2020. Cualquier otra circunstancia de emergencia sanitaria luce como débil antecedente de lo que tenemos con el fenómeno Covid-19.
Se ha empezado a cuestionar esta pandemia como tal, pues siendo como son muy duros de asimilar tanto decesos como infectados que pasan por un difícil proceso de recuperación, las cifras son bastante menores a cualquier otra enfermedad, tanto en morbilidad como en mortalidad. Sería propiamente una pseudo-pandemia, no en sentido peyorativo sino descriptivo, pues hay una evidente concentración extrema de contagios en una docena de focos (ciudades globales) y luego una difusión mediana y pequeña (hasta el momento) en una red de ciudades conectadas a estos focos. Pero ciertas características del virus, como un largo y poco usual período de incubación de hasta dos semanas –sin síntomas, pero con capacidad de contagio– junto a la carencia de una vacuna y de un tratamiento eficaz, han encendido las alertas que una cobertura mediática inquietante, morbosa y sensacionalista finalmente ha desembocado en una histeria colectiva sin precedente en la historia de nuestra civilización.
El problema existe y seguramente, en mayor o menor medida, el mundo lo superará, aunque con lamentable saldo de vidas humanas y una crisis económica que cobrará aún más víctimas (en especial en nuestros países del sur) y perpetrará daños colaterales muy difíciles de asimilar. Es para este escenario post-virus que debemos prepararnos. No solo se trata del reto para reconstruir nuestra economía, sino de mejorar profundamente nuestras instituciones para enfrentar cualquier otra posible catástrofe que puede sobrevenir en cualquier momento. Tengamos en cuenta que frente a las dos grandes catástrofes vividas en las últimas dos décadas –el terremoto de Pisco en 2007 y el fenómeno de El Niño costero en 2017– sucesivos gobiernos han sido incapaces de asumir con eficacia tanto la reconstrucción de Pisco como la del norte del Perú.
No podemos esperar que llegue un evento catastrófico para ver qué hacemos. Se han mencionado muchas veces conceptos revolucionarios como “reingeniería de procesos” (Michael Hammer & James Champy) y “empresa flexible” (Alvin Toffler), contando con su posible aplicación a un rediseño del Estado. Poco o nada se ha avanzado, salvo en temas puntuales que, aunque positivos, no trascienden para consolidar esa transformación deseada: un Estado capaz de brindar contraprestaciones eficaces a sus ciudadanos a cambio de los impuestos que estos se ven obligados a pagar y cuya evasión alimenta ese Perú informal (que supera el 70% de nuestra actividad económica e invade todos los aspectos de nuestra vida). Esta informalidad que junto a un Estado que improvisa “soluciones” (porque no tiene otra alternativa que ser reactivo), hacen mucho más difícil enfrentar adecuadamente la crisis sanitaria del Covid-19.
Sin duda el componente tecnológico juega un rol central, de modo que una “transformación digital” se hace indispensable. Pero hay mucho más. La cuestión semántica también es relevante. Frente a la crisis sanitaria se dice que es un problema de “salud pública”. Como nos hemos acostumbrado erróneamente a que “público” y “estatal” se usen indiscriminadamente como sinónimos, entonces termina siendo un problema de “salud estatal”. Grave error. El sistema de salud pública cuenta con entidades estatales, privadas y mixtas o híbridas (cooperativas, mutuales, etc.) Pasamos ahora a explicar nuestra propuesta de cómo deben enfrentarse los futuros problemas similares.
Tal como está definido hoy el sistema sería muy peligroso seguir confiando en un Estado reactivo e ineficaz. Para el futuro, una emergencia sanitaria debe enfrentarse por un Consejo de Facultades de Medicina y Enfermería (tanto universidades estatales como privadas y mixtas, todas plenamente activas en formación y sobre todo en investigación). Sería absurdo contar con una entidad permanente para enfrentar pandemias o similares. Estados del mundo han fracasado por pretenderlo en esta crisis del Covid-19. Ese Consejo no sería permanente, sino que se integraría de inmediato para enfrentar emergencias –bajo modelo de organización flexible (la tecnología sería apoyo fundamental)–, no solo pandemias sino también catástrofes de diverso tipo que requieran acción conjunta de diversas instancias. Coordinarían con las FF.AA. y FF.PP. porque la atención a la catástrofe requeriría el concurso de ellos, en tanto Estado que provee seguridad interna y eventual control fronterizo.
Ese Consejo sabrá convocar a profesionales intra y multidisciplinarios, contando entre sus miembros a gente con habilidad y experiencia política. Según sea el caso, representantes del Gobierno serán facilitadores y proveerán fondos de reserva para emergencias que provienen de impuestos pagados por ciudadanos, además de intermediar eventuales créditos que también serán pagados por ciudadanos. Digamos de paso que EsSalud debe desestatizarse, para ser devuelta a la sociedad civil, pues hoy ha sido secuestrada indebidamente por el Estado.
Los miembros de ese Consejo son los que saben y además saben dónde encontrar a otros que también saben. Ni amigachos del poder ni improvisados oportunistas. Esta propuesta parte de una emergencia sanitaria, pero extendiendola a todo tipo de catástrofe se puede listar una posible conformación del Consejo de Emergencia adaptada a cada caso, con el concurso de las facultades pertinentes. Todo esto –vale la pena reiterarlo– solo será factible en un contexto de transformación digital de toda nuestra sociedad, porque sin tecnología eficazmente aplicada, tendremos más de lo mismo: reactividad, improvisación y pobreza de resultados.
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