Javier Agreda
De vuelta al barrio
Pasando revista a la obra literaria del novelista peruano Augusto Higa
Entre 1966 y 1976, el Grupo Narración congregó a los más destacados narradores peruanos de distintas generaciones y procedencias: Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931), Miguel Gutiérrez (Piura, 1940), Juan Morillo (La Libertad, 1939) Gregorio Martínez (Nazca, 1942), Augusto Higa (Lima, 1946), entre otros. Con un fuerte componente ideológico, el grupo formó y orientó a estos escritores para hacer una literatura realista y “popular”, como se puede comprobar en sus primeros trabajos. Pasado mucho tiempo, y ya lejos de la influencia del grupo, varios de estos escritores dieron un segundo “aliento” a su obra, con libros mucho más personales y que son considerados entre lo mejor de la narrativa peruana de los últimos años: La violencia del tiempo (1991) de Gutiérrez, Los eunucos inmortales (1995) de Reynoso, El río que te ha de llevar (2000) y La iluminación de Katzuo Nakamatsu (2008) de Higa.
Todo este proceso se ha hecho evidente recientemente a propósito de Augusto Higa, quien acaba de publicar dos libros: Todos los cuentos (Campo Letrado) y Gaijin (Animal de invierno). El primero de ellos, como indica su título, es una recopilación de la narrativa breve de Higa, que comprende básicamente tres libros: Que te coma el tigre (1978), La casa de Albaceleste (1987) – y Okinawa existe (2013). La mayoría de estos cuentos, especialmente los más antiguos, desarrollan las propuestas del Grupo Narración: los personajes son casi siempre adolescentes y jóvenes de los más populosos distritos limeños de la época (La Victoria, Barrios Altos), quienes tienen que enfrentar, de manera colectiva, diversos problemas. Son muy buenos relatos, en los que el habla de los limeños es recreada literariamente, y que hasta tienen un cierto carácter épico. En “La toma del colegio” se trata de un fuerte enfrentamiento con las autoridades escolares; en “El equipito de Mogollón”, se abordan cuestiones éticas; y en “Que te coma el tigre” se presenta el festivo y deslumbrante descubrimiento del amor.
En los relatos de los años ochenta, los personajes siguen siendo “populares”, pero se va perdiendo lo colectivo y optimista. En 1990, Higa viaja al Japón, a conocer la tierra de sus ancestros, y la experiencia cambia radicalmente su producción literaria. A partir de entonces sus personajes son personas oscuras, solitarias y hasta marginales. Además, cambia la temática: de lo épico se pasa a lo trágico, con un trasfondo existencial. Y hasta el estilo, pues Higa deja el lenguaje de la calle para adoptar otro más “literario”. Una buena muestra de esta nueva etapa de la obra de Higa es Gaijin, novela breve que cuenta la historia de Sentei Nakandakari, un japonés que llegó al Perú en 1923 para trabajar como campesino y que, después de mudarse a Lima, llega a convertirse en un próspero comerciante. Un éxito logrado a pesar de la hostilidad del resto de comerciantes y hasta de sus vecinos, que consideran a Sentei un intruso (gaijin significa “extranjero”) despreciable.
Existe casi un consenso acerca de la calidad de toda la narrativa de Augusto Higa, tanto de los cuentos iniciales como de las recientes novelas breves. No obstante, la crítica se muestra más entusiasta con La iluminación… y Gaijin, novelas en las que el autor muestra su dominio de las técnicas narrativas y que además constituyen un universo literario mucho más personal.
Por Javier Ágreda
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