Cecilia Bákula

De lo incomprensible a lo incongruente

La terca negativa a abrir las iglesias

De lo incomprensible a lo incongruente
Cecilia Bákula
06 de septiembre del 2020


Quiero entender que todas las normas que, bajo el amplio espectro de medidas sanitarias, se vienen tomando han sido pensadas, meditadas y reflexionadas. No obstante, vemos día a día que muchas de ellas son, cuando menos, poco prácticas o eficientes.

Me he preguntado muchas veces si es necesario que al ingresar a un establecimiento comercial nos tomen la temperatura. Máxime porque ello no implica, hasta donde he podido experimentar, que quien toma la temperatura tenga un protocolo de qué hacer en caso aparezca un ciudadano con temperatura “alta”, concepto por demás subjetivo y variable. Tampoco hay control respecto al aforo, y mucho menos en lo relativo a otras condiciones personales como la edad, la fragilidad o vulnerabilidad de quienes asisten.

Estoy segura de que quienes están en los puntos de acceso y toman la temperatura son personas de bien, que cumplen la función que se les ha indicado. Eso es positivo porque es un puesto de trabajo, indispensable en estos tiempos en los que la pandemia, unida a la ineficiencia de muchos sectores del gobierno, significan un altísimo e innecesario costo para los peruanos. No me quiero olvidar de señalar que el alcohol o bactericida que echan no garantiza en realidad nada. No protege al cliente, y me parece que es un “protocolo” que se sigue por temor a la sanción, pero que no se ha estudiado ni medido su eficiencia real. Valga señalar, que, en algunos establecimientos, es el cliente el que tiene que surtirse de ese producto, utilizando un dispensador sucio, en pésimas condiciones y que, sin duda, no se desinfecta desde que empezó a usarse. Contradicciones tiene esta vida... pues esos procedimientos, a fin de cuentas, son solo un paso más en la larguísima lista de procesos que los sufridos peruanos tenemos que hacer en todo. Si supiéramos que significan beneficios, en buena hora que se tengan en cuenta.

Lo que me sorprende es cómo nuestras autoridades de turno están viendo solo el árbol sin ver el bosque. Me percato, por ejemplo, de que en la mayoría de mercados, de locales comerciales y de supermercados se ha clausurado más de un punto de acceso o salida, y me pregunto si ello se ha concordado con indispensables acciones de prevención en caso de un sismo o un incendio. No alcanzo a entender esa medida pues el aforo puede implementarse y ser efectivo de muchas otras maneras, sin cerrar accesos, lo que en muchos casos significa riesgo, peligro y hasta falta de ventilación. Hasta hace algunos meses se nos hablaba de la inminente posibilidad de que Lima sufra un sismo de muy alto nivel, que sería severamente destructivo; ahora eso se ha olvidado, y las medidas para intentar detener el elevadísimo nivel de contagio del Covid-19 han hecho que otros temas se olviden y marginen. Al no haber estrategia, lo urgente e inmediato, opaca a lo necesario.

Se nos dio una ley respecto a la obligatoriedad de reducir el consumo de plásticos. Casi llegué a pensar que la responsabilidad para con el medio ambiente se había empezado a instalar en nuestro medio. Hoy, todo eso se ha olvidado y no se instruye a la población en medidas alternativas, que sin duda las hay.

Quizá el Gobierno no encuentra tiempo para entender que es necesario actuar con empatía respecto a la ciudadanía; que no se trata solo de dar marchas y contramarchas e insistir que son los otros los que tienen la culpa; las autoridades, nunca. Esa empatía, aunque sea pequeña, es indispensable para comprender las necesidades de la población. Por más urgente que sea todo lo relacionado con la pandemia –asunto dramáticamente mal manejado–, esas necesidades son muy amplias e incluyen no solo lo material, sino también los aspectos espirituales y culturales.

Todo lo anterior me lleva a expresar mi desconcierto y molestia por la incomprensible insistencia de mantener las iglesias cerradas. Si un ciudadano puede –y tiene que ir– a su trabajo, a los lugares de acopio, a los bancos, a los centros comerciales, a los centros médicos y hasta a los restaurantes, ¿cuál es la razón real, cierta, comprobada y de base científica como para continuar con los templos cerrados? Hay una obstinación muy extraña en este asunto. Obstinación que pareciera tener sesgos más de ideología que de razón médica. Y menciono “ideología” en el sentido de querer pretender que el hombre se baste a sí mismo, y que no requiere de desarrollar su vida espiritual.

Somos seres finitos, mendigos de la misericordia de Dios. Y en todas las creencias y confesiones se comprende que el crecimiento espiritual implica una relación personal entre Dios creador y cada uno de nosotros. En el caso de los católicos y los cristianos, entre otros, la oración comunitaria, la asistencia a la Misa, la Comunión y la vivencia del culto en comunidad y ante la presencia real de Cristo, centro indiscutido de la fe, no solo es una necesidad, es un derecho humano. Y nadie puede privarnos del ejercicio de ese derecho.

En ese sentido, no es compatible la actitud de “apertura” social de centros comerciales y la cerrazón volitiva de mantener los templos clausurados. Un pueblo rico en espiritualidad, será sin duda un conjunto de ciudadanos más fuertes y capacitados para enfrentar situaciones como las que se viven.

Quizá nuestras autoridades no han tenido aún la experiencia grandiosa de ser personas de fe; de esa fe que se trabaja, se desarrolla y con humildad se construye. Y esa construcción, requiere no solo de los importantes servicios que ahora la Iglesia y otras confesiones logran brindar, en lo posible, por Internet, sino del acercamiento personal a la experiencia del culto y, para los católicos, al acceso irrestricto a los sacramentos que no pueden ser recibidos por delivery. Es por ello que tampoco se puede entender ni aceptar que se margine a los sacerdotes, por tener algunos años, de brindar auxilios espirituales y sacramentales a los ciudadanos que los requieren, servicio al que se han consagrado y que es la razón de su propia existencia. Cuando se nos dice que los “mayores” pueden contagiarse más, estoy segura de que quien así piensa no solo no tiene bases médicas para ello, sino que opina desde una perspectiva monolineal. No conoce, por ejemplo, la Sagrada Escritura en la que se sustenta la fe cristiana, ni cree en la intervención positiva de Dios en nuestras vidas, y que tampoco se ha puesto a pensar que si Cristo hubiera tenido miedo al contagio, no se hubiera acercado a los leprosos. Un ejemplo que a lo largo de la historia han continuado valiosísimos personajes; santos de la talla de san Francisco, santa Rosa de Lima, santa Gala, santa Gertrudis y tantos otros que nunca se contagiaron en la labor pastoral y espiritual. Y en tiempos más modernos, nadie puede cerrar los ojos ante la labor de la Madre Teresa de Calcuta, que entendió que la atención espiritual, es la base de la sanación corporal. Es decir, que el contagio no está solo en los templos; que debemos acostumbrarnos a vivir con este coronavirus. Y aplicando las medidas “pensadas” de protección, la vida continúa; y la vida incluye, para todos, lo manifiesten o no, lo espiritual.

Si se aplican medidas de aforo a los centros comerciales, si se exigen simplonas medidas como el uso de bactericidas o tomar la temperatura, ¿qué impide que así se haga en los templos? ¿Por qué se quiere cerrar los ojos a la atención de las necesidades espirituales de los ciudadanos? Y esto se agrava cuando en otras diócesis se ha dado esa apertura y los contagios, con certeza, no se han incrementado. Cuando en otras diócesis los fieles acceden a los servicios espirituales; incluyendo, por supuesto, el uso de los velatorios parroquiales que, en Lima, han sido súbitamente cancelados. Y sin razón aparente, se obliga a muchos ciudadanos de tener que buscar un lugar para velar a sus muertos, como si hubiera muchos en Lima o como si fuera necesario añadir un dolor y una preocupación a quienes sufren la pérdida de un ser querido. ¿Será eso empático? ¿Será eso caritativo y pastoral?

Empatía y reflexión se requieren para que las medidas que se nos impone sean eficientes y no las veamos como incomprensibles e incongruentes.

Cecilia Bákula
06 de septiembre del 2020

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