Cecilia Bákula
De bache en bache
Triste está Lima, tristes los ciudadanos
Aunque pudiera parecer poca cosa, la naturalidad con que vamos andando, literalmente, de bache en bache, debería ser alarmante y motivar una clara reacción ciudadana. No me refiero solo a los tropezones y caídas que diariamente enfrenta este transitorio Gobierno; tampoco me refiero a los hoyos que debe enfrentar quien requiere de sistemas de salud o se enfrenta a intrincados procesos judiciales. Tampoco hablo de las profundidades oscuras en que a veces se cae por un enjambre de normas inaplicables; pero que por existir tranquilizan la conciencia de no pocos legisladores. No me refiero a pendientes que han sido sumergidos en el olvido, como es el caso del estado en que se encuentra el Archivo General de la Nación y los archivos regionales; es decir, el hueco negro en que ha caído la memoria documental del país. Hablo, ahora, de realidades diarias, cotidianas y que por ser comunes, corremos el riesgo de que nos parezcan normales.
Ya no es solo el peatón el que se enfrenta a muchos agresivos conductores, ya no es solo el conductor que, por ecuánime que sea, debe quedar quebrado al intentar sobrevivir día a día al caótico sistema (¿existe ese sistema?) vial en nuestras ciudades. Todos sufrimos la calamidad que significa el estado de deterioro de las calzadas, pistas, calles y veredas y, para nuestra desgracia, los baches van ganando terreno, van ganando pista y se han convertido en una plaga creciente, en una pandemia urbana.
Creo que me animaré a lanzar una campaña ciudadana a la que podría dominar “Denuncia los baches”, para que los ciudadanos y los sufridos usuarios de las vías, puedan hacer llegar las imágenes y ubicación de los pavorosos baches que mal adornan las calzadas, del estado calamitoso en que están nuestras calles. A ver si aunque sea por vergüenza, las autoridades deciden ser eficientes y proactivos.
No sé si se puede cuantificar, seguro que sí, el costo que esa condición urbana tiene en el desgaste de los automóviles livianos o pesados, el costo que implica en llantas, frenos, muelles, amortiguadores, embrague y otros; si se puede tener un estimado de lo que significa en la agudización de la lentitud del tráfico y, por ende, en el tiempo adicional que deben dedicar tanto los choferes como los pasajeros y, cuánto incrementa ese mal estado de las calzadas, en el presupuesto respectivo, debido al recurrente sistema del “parche” que no solo es ineficiente en los resultados, sino que a ojos vista es una puerta a la corrupción. Y cómo saber qué impacto tiene ese transitar día a día entre bache y bache, en el ánimo y productividad de las personas, en su capacidad de resistencia, en su paciencia y en la pérdida de armonía, incremento de la agresividad contenida, frustración e impotencia.
Calles troncales de alto tránsito son arregladas, o mal maquilladas, “periódicamente” y su estado es cada vez peor. La Avenida del Ejército creo que se lleva el premio a la recurrencia de falaces parches. Qué se podría decir de nuestra tan maltrecha “carretera central”, en donde los buses y camiones literalmente se bambolean cada vez que caen en uno de esas zanjas que son los baches y los hay de todo tipo, dimensión y contextura.
Y valgan estas líneas para recordar que el actual presidente ofreció dos carreteras centrales y no hemos podido mejorar siquiera la que tenemos. Sin mencionar el atasco que se da a la altura del final de la vía Ramiro Prialé, sin querer detenerme mucho en lo que va quedando de obras no terminadas, restos de materiales, desmonte y basura en las vías que diariamente transitamos.
Estimo que orden en el tráfico y buen estado de calles y calzadas serían la demostración de que vivimos dentro de un esquema ciudadano y no en una selva. Atravesar la ciudad no solo es un riesgo, sino también una valentía, un acto heroico al que obligadamente nos sometemos diariamente millones de ciudadanos
A los que transitan, por ejemplo, hacia el cono sur, las calles que accedan a Villa María son indignas de una ciudad capital, y qué decir de las inmediaciones de San Juan de Lurigancho o del Rímac. Y así, por mencionar un ejemplo, aun no comprendo cómo en San Miguel, en la calle Independencia no ha dejado ya de existir más de un vehículo, rendido ante el esfuerzo de evitar o salir de uno de esos orificios que a veces, cual animal salvaje con las fauces abiertas, se tragan parte de las llantas.
Las mejoras viales (urgentes y pendientes) no pueden estar basadas solo en la presencia de policías y/o de facilitadores de tránsito. Se requiere atender al estado deplorable y vergonzoso de las calles, calzadas y veredas, además de implementar sistemas coordinados en los semáforos.
Triste está Lima, tristes los ciudadanos. Y es por ello que debemos alzar la voz para que se vea lo que no se quiere atender. Me convenzo: lanzaré esa campaña por amor a mi gente, a mi ciudad.
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