Pedro Corzo
Cumbre sin déspotas
Sobre la reciente Cumbre de las Américas
Las Cumbres de las Américas son reuniones de jefes de Estado y gobierno que, al igual que otros encuentros multilaterales de carácter internacional, muy pocas veces trascienden a los días que se extienden, porque no dejan de ser un pasatiempo para más de uno de los participantes.
Sin embargo, estos espectáculos –a pesar de sus pocos resultados tangibles a favor de los pueblos– son muy relevantes en la actualidad porque son el escenario más apropiado para que un mandatario –la mayoría de las veces los organizadores tienen pocas preocupaciones sobre la legitimidad del poder que detentan sus invitados, como comentaba recientemente el escritor José Antonio Albertini– envíen a sus gobernados un mensaje de que tienen autoridad y respeto entre sus pares.
Los que han tenido la suerte de no padecer una dictadura ignoran la frustración que causa entre los opositores que el autócrata que les reprime sea recibido en el exterior con elogios y homenajes, o entrevistado por periodistas internacionales que preguntan bufonadas, en vez de abordar la tragedia del país que representan.
La participación en el pasado de déspotas como Fidel Castro y Hugo Chávez –y en la actualidad la presencia de sujetos del corte de Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega o cualquier otro de ellos– en estos certámenes causa un fuerte desaliento entre los oprimidos, particularmente entre los que guardan prisión política.
El presidente Obama jamás podrá imaginar la impresión que causó entre los presos políticos cubanos su apretón de manos con el verdugo Raúl Castro. Lo que para el mandatario estadounidense fue un gesto de realismo político al mejor estilo del canciller alemán Willy Brandt, para quienes estaban tras las rejas en la Isla fue afilarle el hacha al verdugo que le conculcaba sus derechos.
Todos sabemos que la Primera Cumbre se celebró en Miami, pero tal vez no hayamos leído que el texto de la declaración de ese encuentro refiere: “Los Jefes de Estado y de Gobierno elegidos de las Américas estamos comprometidos a fomentar la prosperidad, los valores y las instituciones democráticas y la seguridad de nuestro Hemisferio”. Un compromiso que lamentablemente no es cumplido por muchos presidentes que lastimosamente comparten en esos eventos con figuras que no fueron electas democráticamente.
Incomprensiblemente el régimen totalitario cubano siempre ha sido un punto de discusión en todas las Cumbres celebradas en el hemisferio pues nunca han faltado mandatarios latinoamericanos que aboguen a favor de la participación del gobierno más oprobioso que ha padecido el continente, incluyendo la época colonial.
La gestión del presidente mejicano, Manuel López Obrador a favor del castrismo no debe sorprendernos. El régimen cubano siempre se ha aliado a los gobernantes mexicanos menos escrupuloso como nos hace recordar el multitudinario recibimiento que los hermanos Castro montaron en 1975 en honor del presidente azteca Luis Echeverría Álvarez. El responsable de la masacre de la Plaza de Tlatelolco, fue recibido en Cuba por el “justiciero Fidel” a todo tambor, ambos estaban hermanados por la sangre de estudiantes de Cuba y Méjico.
López Obrador, “El Peje”, como le dicen sus coterráneos, es un antisistema, un personaje similar al colombiano Gustavo Petro, que usan los mecanismos de la democracia para acceder al poder y luego la desnaturalizan para perpetuarse en el mismo, una práctica que se ha estado extendiendo peligrosamente por todo el hemisferio.
Las Cumbres, a pesar de su improductividad, no deben ser abolidas. Al contrario, deberían ser fortalecidas cumpliendo a cabalidad la carta de la Organización de Estados Americanos que establece que “La democracia representativa es indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de la región. La democracia es el único sistema político que garantiza el respeto de los derechos humanos y el estado de derecho; a la vez, salvaguarda la diversidad cultural, el pluralismo, el respeto de los derechos de las minorías y la paz en y entre las naciones. La democracia se basa, entre otros principios fundamentales, en elecciones libres y transparentes, e incluye el derecho de todos los ciudadanos a participar en el gobierno. La democracia y el desarrollo se refuerzan mutuamente”.
Basta de hipocresía. De seguro que no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo. Esa corrección política inevitablemente cercena nuestros derechos.
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