César Félix Sánchez
Cuarentenas contraproducentes
Estado sigue dejando fuera de la ley a la mayoría de la población
El día lunes 15 de febrero Arequipa, junto con otras regiones del país, se une a la cuarentena que ya regía en Lima desde fines de enero. Poco importa que nuestra experiencia reciente del año pasado, con la más estricta cuarentena del mundo, no haya podido evitar el mayor colapso sanitario y económico del mundo, mucho peor que el de países que literalmente no hicieron nada. Poco importa tampoco que un estudio reciente, hecho por investigadores de Harvard, Duke y Johns Hopkins señale que, a la larga, las cuarentenas producirán a nivel global un exceso de mortalidad de lejos mayor al del COVID-19. Menos importa, que, según otro estudio realizado por la Heritage Foundation, las cuarentenas no salvan vidas y son muchísimo menos eficaces que las estrategias limitadas y focalizadas orientadas a proteger a los vulnerables.
Claro está que el escalonamiento y la focalización de la cuarentena actual ya son un gran avance en comparación con la brutalidad de la cuarentena vizcarrista de marzo de 2020, general para todas las regiones sin importar las particularidades, y anunciada precipitadamente, de manera contradictoria y sin ningún plazo de preparación.
El Perú parece haber alcanzado el récord horroroso de ser el país de la región con mayor mortandad por Covid de niños menores de nueve años (M. d. C. Irigoyen y R. Diz, «Cifras de Terror», Hildebrandt en sus trece, 22-01-2021, p. 2 y ss). Un médico comenta: “Normalmente la edad es un factor protector (…) Pero hay que tener en cuenta que manejamos pacientes de familia[s] muy pobres, de bajos recursos, distróficos o desnutridos». El problema más atroz no es el Covid entonces, sino la desnutrición. Y precisamente una cuarentena, en un país donde la informalidad ya bordea el 80 % de la economía y solo el 49% de hogares tienen refrigerador en su casa, la expandirá aún más, al generar miseria en niveles aún mayores. Poner en cuarentena extrema a una región como Huancavelica es, para todo efecto práctico, una condena a muerte generalizada. Los ancianos que viven en asilos, los diabéticos y los obesos, las víctimas más clásicas del Covid, son allí muy pocos y más bien los nuevos vulnerables serán los niños, ya machacados por la miseria durante todo el año pasado.
Al parecer los médicos piden una cuarentena porque se encuentran agotados y al borde del colapso. Les recuerdo la experiencia de Arequipa: cuando “se veía venir” que las cosas se irían poniendo difíciles, durante los meses de mayo y junio, el Comando Covid ajustó aún más la cuarentena: se cerraron los mercados y el transporte público. No se evitaron los picos ni el inevitable colapso de julio y agosto, que coincidió con el colapso usual de los meses invernales. ¿Se ganó quizás tiempo para prepararse mejor para capear el tsunami? No: cuarentena o no cuarentena, el Estado siguió siendo ineficiente. Se “perdían” las UCI, el personal tercerizado renunciaba masivamente, el hospital de campaña se demoró por muchos meses, etc. ¿Tuvo la culpa de esto la “irresponsabilidad” de la población? No.
¿Será acaso que se ha producido en estos últimos días una milagrosa reforma en el Estado que garantice que la cuarentena sirva para preparar muchas más UCI y personal sanitario para enfrentar la catástrofe inminente? No.
Es seguro que esta cuarentena no servirá para nada; pero cabe preguntarse si, al menos, se cumplirá. Lo dudo bastante. Me parece que simplemente tendremos la exacerbación de una de las causas de nuestro colapso permanente: un Estado consagrado a poner fuera de la ley a la mayoría de la población en base a reglamentos, leyes y medidas absurdas, diseñadas por tecnócratas y burócratas no elegidos por nadie, pero que, con su corazoncito totalitario, fantasean con la posibilidad de hacer experimentos de reingeniería social a gran escala. Que Verónika Mendoza y algunos medios hayan pedido estas medidas es suficiente prueba.
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