Oscar Schiappa-Pietra

Crisis de gobernanza global

Ante la carencia de liderazgos con proyección mundial

Crisis de gobernanza global
Oscar Schiappa-Pietra
16 de noviembre del 2018

 

El balance de los primeros dieciocho años del nuevo milenio lleva a la conclusión de que el escenario mundial se está tornando muy complejo y difícil de gobernar; en contraste con el sistema preexistente de confrontación bipolar que, en medio de sus riesgos, era bastante predecible en cuanto a su desenvolvimiento y al protagonismo de los super-decisores globales. Ahora las certezas han desaparecido conforme va dibujándose en el horizonte el perfil de un escenario multipolar y caótico. Los conflictos armados en Siria y en Yemen —que nadie es capaz de detener, pese al abrumador costo humanitario que siguen generando— reiteran que afrontamos como civilización una aguda crisis de gobernanza global. Y esa conclusión se confirma aún más observando otras muy diversas evidencias de desastres —muchos de autoría humana— que no alcanzamos a afrontar: calentamiento global, corrupción y lavado de dinero que no respetan fronteras, súbitos y masivos flujos migratorios irregulares, debilitamiento de las democracias y entronización de populismos autoritarios por doquier, etcétera. Una y otra vez, nuestros dirigentes políticos son incapaces de forjar acuerdos y adoptar decisiones que permitan encarar los emergentes desafíos de convivencia en la aldea planetaria.

La crisis de gobernanza global constituye un proceso multifacético en sus causas y en sus efectos. Una de sus expresiones más tangibles es la incapacidad para reformar el sistema multilateral de una manera acorde con las cambiantes circunstancias internacionales. La Carta de las Naciones Unidas, que tanta inspiración y guía ha proveído a la humanidad durante las últimas más de siete décadas, ha probado también ser un instrumento excesivamente rígido para facilitar la evolución progresiva del multilateralismo. La emergencia de nuevas hegemonías y la declinación de otras, y el masivo establecimiento de estados independientes como resultado de la descolonización, han creado un escenario internacional demasiado diverso y complejo, ahora conformado por 193 estados miembros de las Naciones Unidas. A ello se agrega la emergencia de actores no-estatales, como las empresas y redes delictivas transnacionales y las ONG, además de fenómenos de gestación universal como el cambio climático, cuya complejidad resiste la regulación a través de los tradicionales instrumentos internacionales.

La crisis de gobernanza global plantea también singulares retos a nuestras nociones de democracia. El déficit democrático de los órganos multilaterales (Naciones Unidas, Banco Mundial, etc.) y regionales (Unión Europea, Comunidad Andina de Naciones, OEA) es evidente y no se ha logrado remediarlo bajo los marcos conceptuales y normativos de las democracias nacionales. A la vez, como lo demuestra nuestra inhabilidad para alcanzar acuerdos suficientes ante el desafío del calentamiento global, somos incapaces de enriquecer nuestra noción de orden democrático para incorporar el principio de justicia intergeneracional, en virtud del cual se requiere reconocer derechos a quienes aún no son físicamente integrantes de la comunidad política.

Nuestra falta de lucidez como civilización también encuentra evidencia en la utilización de conceptos como el de globalización, cuyo significado ha adquirido una amplitud tal que su eficacia significante se ha diluido. A la par, requerimos de nuevos conceptos y de la entronización dentro de las políticas públicas mundiales de otros ya existentes, pero soslayados (bienes y males públicos globales; justicia intergeneracional; principio precaucionario), para responder mejor a las complejidades planteadas por la gestión de nuestro hogar planetario.

Otra dimensión causal de la crisis de gobernanza global radica en la inhabilidad estratégica de nuestra civilización para proyectarse hacia el largo plazo. A través de diversos vectores ideológicos, culturales e institucionales, enraizados en conceptos de enormes virtudes pero a la vez de significativos riesgos, como lo es el de la economía de mercado, se está imponiendo una irracionalidad centrada en maximizar los beneficios del corto plazo. Ello, proyectado tanto desde el ámbito empresarial como el de las políticas públicas, tiende a ser autodestructivo. En la esfera política, esa irracionalidad se ratifica y se refuerza a través de los incentivos que encarrilan el desempeño de los dirigentes públicos de cada país, signados por la dictadura de las encuestas y las urgencias de las próximas elecciones. Esa propensión cortoplacista, tan característica de la cultura contemporánea, erosiona nuestra capacidad para responder estratégicamente a los grandes retos que como humanidad afrontamos, y nos induce a soslayar los derechos e intereses de las generaciones venideras.

Resulta difícil encontrar asidero para el optimismo cuando los gobernantes fallan una y otra vez en dar cara a los desafíos globales que exigen soluciones radicales, visionarias, innovadoras y eficaces. Pero precisamente lo que marca la línea divisoria entre un mero dirigente político y un auténtico líder es la capacidad para comprometerse con el mañana, marcando distancia con los aplausos facilistas de hoy. La crisis de gobernanza global es, pues, también expresión de una carencia de liderazgos con proyección global.

 

Oscar Schiappa-Pietra
16 de noviembre del 2018

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