Confianza: renovemos el Perú

El proceso electoral avanza. Y más allá de lo que indican, las encuestadoras, esas que no registraron el avance del Frepap en las pasadas elecciones parlamentarias (y justificaron su direccionamiento indicando que en la última semana no se podía dar a conocer resultados electorales), siguen operando para sorprender a la ciudadanía y orientar la votación en función de sus propios intereses.

Los candidatos del establishment han empezado a perder atractivo frente a la ciudadanía. El silencio cómplice de quienes no quieren hablar de la corrupción los delata. O el desconocimiento de quienes plantean incrementar los impuestos, cuando la historia económica revela que, en momentos de crisis, es preferible que la ciudadanía disponga de la mayor cantidad de los recursos que genere, porque así como les cuesta ganárselo legítimamente, sabrán atesorarlo e invertirlo.

Ninguna persona, burócrata o no, está en capacidad de conocer todas las actividades económicas y sus respectivas dinámicas. Por eso, otorgar mayores competencias a un Estado como el nuestro, por demás corrupto, es instituir mecanismos legales para apropiarse del dinero de la ciudadanía. En los últimos 20 años los servidores públicos se multiplicaron por cuatro, y los recursos que consumió el Estado crecieron en el mismo orden. Sin embargo, los servicios públicos que permanecen en poder del Estado no mejoraron, y menos cubrieron las expectativas de la población.

Una pregunta oportuna es la siguiente: ¿de dónde provinieron los recursos para que el Estado elefantiásico haga el dispendio al cual nos tiene acostumbrados? Al respecto, la respuesta es una sola: del sector privado. El modelo económico, denigrado con ferocidad por la izquierda, es el que permitió que haya inversiones nacionales y extranjeras, es el que hizo posible la generación de millones de puestos de trabajo y es también el que hizo que la pobreza pase de más del 60% a 30% de la población.

Olvidan los estatistas que fueron ellos quienes cobijaron a los mayores mercantilistas de la historia. Claro que siempre afirmaron que fueron sorprendidos, y que obtuvieron beneficios de su actuación en el poder. ¿O no, señores? Pero lo peor no fue eso: devaluaron la moneda tantas veces que en la actualidad un sol equivale a mil millones de soles antiguos. En sus clases de Historia Económica nunca hicieron que sus estudiantes se pregunten, ¿por qué el Estado peruano carecía de reservas, cuando la economía era controlada por el Estado y el modelo era el más próximo al cubano-venezolano?

Tampoco fomentaron la investigación, ni el pensamiento crítico en la juventud como para que se cuestionen y tomen conocimiento de que hoy existen más de US$ 70,000 millones ahorrados y administrados por el Banco Central de Reserva del Perú. Menos les han informado a los jóvenes que todos esos recursos económicos fueron generados por un modelo que privilegia la libre iniciativa privada, y no la conducción centralizada en la que unos cuantos iluminados deciden qué se debe hacer (previo pago de generosas consultorías) y cómo implementarlo.

El problema no es el modelo. El problema siempre ha sido la corrupción, la endeblez moral, el desconocimiento en materia económica, la soberbia de quienes no son capaces de admitir que se equivocaron y que miran con envidia el logro ajeno. ¿Quieres triunfar? Ilústrate, esfuérzate, ten fe en ti mismo y siempre busca un referente que te estimule a ser mejor. Por eso es importante creer en Dios.

El país requiere una gran renovación, espiritual, moral y ética. Una renovación que valore y respete el trabajo ajeno, que confíe en la creatividad y el emprendimiento de sus ciudadanos. No perdamos la oportunidad, porque quizás sea la última.