Raúl Mendoza Cánepa

Celos y locura

A propósito de la serie “Doctor Foster” y la película “Él”

Celos y locura
Raúl Mendoza Cánepa
16 de abril del 2018

 

Netflix obsequia muchas opciones para disfrutar de algunas series y películas que son fundamentales para desentrañar lo humano, y también para perder el tiempo. Una de esas opciones bastante recomendables es un thriller que toca las fibras de la mujer y reduce al hombre a la condición de confeso depredador, cuando no traidor y fabricante de crispación. Se titula “Doctor Foster”. Fue inicialmente emitida por la BBC en septiembre de 2015, con gran audiencia.

Los personajes parecen tomar con naturalidad el supuesto comportamiento “cazador” del hombre. La seducción no sorprende, es tolerada y hasta admitida como un presupuesto de la organización familiar. De hecho, si alguna serie sirve para desbordar la indignación feminista es esta, que desde el drama y la tragedia convierte a una víctima del engaño en una perpetradora del mal. Como en Otelo, con un Yago imaginario martillando desde el interior, la doctora decide investigar a partir de un cabello rubio en una bufanda la insospechada y escondida vida de su marido. El señor Foster parece un confiable hombre de familia, su actitud denota que nada perturbador puede esperarse de él. No hay indicios ni visos de agotamiento conyugal, la vida transcurre perfecta y la pasión enciende aún en la pareja.

Se suele asociar la infidelidad al descontento y desgaste, pero el señor Foster parece feliz con la doctora Foster. Tras catorce años de matrimonio, una pequeña señal activa las alarmas de ella. Empieza el tormentoso viaje de la protagonista hacia la locura, que crece con cada descubrimiento. Ella trama con astucia cada paso que va a dar, pero a la vez es presa de su desquiciamiento, uno que no nos extraña sino que nos induce a la empatía. Todo lo que hace, desde entonces, obedece a una racionalidad, pero también a una suerte de locura desesperada, de ira destructiva. La inteligencia parece asociarse al descontrol.

La serie es un estudio lúcido de la psiquis humana y una condena a un supuesto y “socialmente aceptado” instinto del hombre, que la mujer procura vengar. Sin duda, el ojo feminista enrojecería frente a una serie que parece premiar algunas conductas con deliberado cinismo y con discreta provocación.

De los celos a la locura, precisamente la serie llevó a este columnista a revisitar un viejo filme de Buñuel del que poco se ha dicho pese a que es una de sus obras maestras (fue un total fracaso de taquilla), una que explora el extraño mundo interior del hombre y de los celos, un mundo que puede reposar en la quietud y sacudirse de pronto a una sola señal en el infierno de la paranoia. Él (1953), basada en la novela del mismo nombre de Mercedes Pinto (cuyo esposo vivía exacerbado por un machismo visceral), es una película que dista de la serie inglesa que recomendamos al inicio porque Francisco Galván (interpretado por Arturo de Córdova) enloquece de celos “solo por imaginar”. Asume desde su locura que Gloria, su mujer, le es infiel. Lo suyo es un rasgo paranoide, no son celos que pueda sustentar.

Francisco teme porque odia al mundo (“me gustaría que los seres humanos sean gusanos para pisarlos”). Es un ser atormentado que nos remite al mismo Buñuel, que alguna vez confesó que algo de él había en Francisco. Este sueña con coser la vagina de Gloria, probablemente sueña con matarla. Al final, es él quien se destruye por la vía de un simbólico autoexilio. El personaje fascinó a Lacan. Jeanne Rucar, la esposa de Buñuel, retrató al cineasta en Memoria de una mujer sin piano como muy celoso y posesivo. “La mujer debía permanecer dedicada exclusivamente a él y a sus hijos". Él ordenaba, ella guardaba silencio, aunque no lo guardó siempre: no mantuvo intacta su memoria.

Tras la serie y el filme, es fácil reparar que en ambas obras de una sola tarde sabatina Otelo habita al personaje, como lo habita en muchas ocasiones el mefistofélico Don Juan. Apariencia, incoherencia, perplejidad.

Conoce el arte, el teatro, el cine y conocerás al Hombre o lo que el artista cree conocer de él. En una caja luminiscente reside el claustro freudiano que nos permite ver las grandezas, debilidades y perversiones de la humanidad.

 

Raúl Mendoza Cánepa
16 de abril del 2018

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