Darío Enríquez

Celebremos nuestras raíces andinas e hispanas

Además del resto de Europa, África negra y Extremo oriente

Celebremos nuestras raíces andinas e hispanas
Darío Enríquez
18 de octubre del 2017

Conmemorando el desembarco de Cristóbal Colón en la isla de Guanahaní (Bahamas) el 12 de octubre de 1492, el primer contacto oficial de los europeos y el Nuevo Mundo sigue siendo tema de controversia y fértil abono de las más diversas y excéntricas interpretaciones ideológicas.  La Pachamama inca o la Abya-Yala caribeña (López Hernández, 2004), ese gran continente que el mundo conoce hoy como América, sería luego el escenario de conquistas, sueños, heroísmos y miserias.  Españoles, portugueses, ingleses, franceses, holandeses —los imperios europeos dominantes de entonces— tomaron iniciativas para llegar a las “Indias Occidentales” y reclamar para sí el derecho a colonizar estas tierras e incorporarlas a sus reinos.  Los asentamientos vikingos en el norte del continente, que se establecieron hasta 500 años antes de la llegada de Colón, fueron abandonados antes de 1492 aunque posteriormente los daneses colonizaran Groenlandia reivindicando a sus ancestros.

En el Perú, en medio de un proceso identitario que se ha desencadenado seria y espontáneamente, gracias a que hemos logrado superar los niveles primarios de la pirámide de Maslow, resulta de suma importancia reconocer todas nuestras raíces. Quienes ideológicamente se aferran a la visión idílica del paradisíaco imperio inca y pretenden en forma reaccionaria volver a aquel falso edén, niegan otra raigambre que no sea la de los “pueblos originarios”.  Más allá de la evidente falacia —50,000 años de homo sapiens liquidan cualquier mueca “originaria”— es material y objetivamente imposible negar la confluencia de muchas culturas en la configuración de lo que hoy se reconoce como peruanidad.

Es absurdo hablar de las raíces milenarias andinas y a la vez negar las doblemente milenarias raíces ibéricas, como herencia de la excelsa cultura grecorromana y producto del proceso civilizatorio judeo-cristiano de Europa occidental.  Entramos en arenas movedizas cuando pretendemos que desde Europa solo llegó la violencia, la ambición desmedida, el pillaje y la matanza de aborígenes.  No podemos negar que hubo mucho de eso, pero también que eran los códigos de imperio, guerra y conquista del mundo de entonces, lo que incluso aplicaban los mismos incas imperialistas contra los pueblos a quienes sometían violentamente antes de la llegada de los europeos.

En el caso de la América hispana, hubo un importante proceso de intercambio y síntesis  tecnológica.  Pese al atraso relativo de América frente a Europa, ambas partes aportaron muchísimo en este intercambio.  En agricultura, los andinos no usaban la rueda, tampoco conocían el hierro ni el bronce.  Usaban débiles instrumentos de madera y cobre que implicaban un durísimo trabajo de la tierra.  Tampoco tenían animales de tiro ni de labranza, por lo tanto podemos inferir que las nuevas tecnologías produjeron una inédita revolución de productividad agrícola.  Por su parte, Europa enriqueció su agricultura con la enorme biodiversidad desarrollada por las culturas andinas.  Esta biodiversidad fue probablemente una manera de compensar las limitaciones tecnológicas en instrumental y tracción animal en los Andes.  Además brindó protección extraordinaria frente a plagas que afectaban a ciertos productos, mas no a sus variantes y similares, permitiendo también mejorar el manejo de tiempos de las cosechas, que cubrieron gran parte del año.

En la música, el sistema pentafónico andino fue enriquecido con el heptafónico europeo.  La gran diversidad de instrumentos venidos de Europa, algunos insertados y otros adaptados, hacen que hoy —por ejemplo— sea imposible disfrutar un huaynito wanka sin ellos (violín, charango, saxofón, etc.).  Nuestra bella y peruanísima marinera sería imposible sin la influencia ibérica de la jota aragonesa y del zapateo andaluz.

El gran proceso de mestizaje genético y cultural producido en nuestra América hispana es  único en la historia de la humanidad.  Ningún otro proceso histórico del mismo tipo ha producido una síntesis mestiza de tal envergadura.  Por eso creemos que en estas tierras se dio algo más que una simple colonización.  No fuimos en verdad colonias, sino nuevos reinos incorporados al gran Imperio español en el que no se ponía el sol.  Esto será tema de un futuro artículo.  En el proceso, sin duda, jugó un rol central la evangelización cristiana que incluso excedió los linderos hispanos y se extendió a todo el nuevo continente.  También el desarrollo cultural con la fundación de universidades en el Nuevo mundo.

En lo que concierne al Perú, debemos tomar conciencia de nuestra historia y de nuestras raíces: las diversas culturas amerindias antes de la llegada de los españoles, la milenaria cultura ibérica y sus orígenes grecorromanos, el resto de Europa en diversos momentos de nuestra historia, el aporte fundamental de los esclavos traídos del África negra (Congo), la migración asiática china (Cantón) y japonesa ya en nuestra era republicana, etc.  Negar alguna de estas raíces desde una posición oficial u oficiosa estatal implica destruir la posibilidad de construir una auténtica identidad.  Esta autenticidad será función de su naturaleza en esencia espontánea, inclusiva, sin violencia, voluntaria, en coexistencia pacífica y sin restricciones ni imposiciones de tipo ideológico autoritario.

 

Darío Enríquez

Darío Enríquez
18 de octubre del 2017

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